Después de atravesar muchos paisajes de papel, después de varios días tomando café y viajando a través de lunas, soles, lágrimas, horas vacías, corazones rotos, locura, celos, cupidos equivocados, lluvia, habitaciones vacías, besos de despedida, discusiones, engaños, veganzas y adioses, estoy en condiciones de anunciarles el resultado del concurso de cuentos ESCRIBÍ SOBRE UN EX-AMOR. Primero que nada, quiero agradecer a todos los que se coparon con este concurso. A los que integraron el grupo de Facebook del concurso y apoyaron la iniciativa y, por supuesto, a todos los que participaron.
Fue muy difícil elegir entre tantos cuentos que me emocionaron o me hicieron reír, tantos tantos mundos, tantas sensibilidades y perspectivas. Todos merecían ganar. Pero había que elegir uno.
Me encantó haber intercambiado todas estas vivencias, catarsis, reflexiones e invenciones con ustedes.
Así que el concurso de cuentos convocado por Taller La Diosa ya tiene ganadora. Para los curiosos publico el cuento de Florencia Abbondanza que se ganó la beca en el Taller de Motivación a la Escritura . A continuación van los textos de aquellos participantes que quisieron compartir sus creaciones en el blog.
Cuento: "Así es" - Nombre: Florencia Abbondanza
"Se fue sin decir una palabra, una sola y última palabra. Sus dedos tocaron mi cabello y el guarda del ómnibus apuró el último beso.
Desde la ventana lo vi no mirar de vuelta, él no mira de vuelta, entró al super de la esquina y se perdió entre tomates y compradores.
Mensajes de texto insanos, llenos de falsa esperanza y alegría mentirosamente sanadora.
Un olor particular invadió cada uno de sus espacios, llenando de recuerdos gélidos la memoria que idealiza un momento interminable.
Canciones llenas de ganas de llorar, llenas de ganas de volver, llenas de ganas.
Mails mintiendo un simple estar bien, cómoda, siguiendo con la vida de juguete.
Sonrisas de algarabía en la bandeja de entrada, y nudos de tristeza en el reply.
Medias de frío y arena en los zapatos del recuerdo. Fotos enviadas y recibidas, imágenes que creí reconocer esperando que llenen un hueco que no se si existe.
Mil interrogantes colman mi cabeza de dudas, qué, cómo, dónde y por qué, me pregunto sin cesar.
Es tarde y el tiempo no deja pasar más nada.
Creo que la realidad se convirtió en una fantasía llena de fotogramas cerebrales y rosados.
Odio el rosado, pero no dejo de pintar todos mis cuartos imaginarios de esa horrible mezcla entre la pureza y la pasión.
Es increíble como han pasado los años y uno sigue en la misma puerta, esperando que se abra, esperando un regalo de los dioses por haber sido tan buena niña.
"Los dioses ni regalan ni existen", dice el diablo mientras nos engaña y quiere hacernos dormir eternamente entre lágrimas.
Noches de alegría confunden mi insomnio constante, pero siempre a la mañana es él quien yace en el fondo de mis ojos.
La resaca de la lima me lo recuerda, el azúcar, la sal, la polenta, el tuco, los besos y mis dedos me lo recuerdan, cada pedazo de mundo tiene un desesperante recuerdo a él.
Paso a paso olvido e invento, más me separo de la realidad y más duele darse cuenta del imaginario lugar por el que me deslizo.
Pasto de chocolate y lluvia de colores se convierten en tierra y agua para mostrarme en sueños su nula presencia.
Invisible es el techo que me tapa y no me deja ver más allá. Invisible o imaginado...
No volvió, no vino, ¡no nada! Pero su presencia de aire es más fuerte.
Paso, dejo, tomo un ómnibus y no está.
Pues que no vuelva más entonces, no lo miraré, no lo oleré, no existirá en ninguno de los cuartos que pise, en ningún colchón su altura mediré.
Te quiero dulce amor, dulce primer amor, saludo y palmadita en la cola, lo nuestro terminó."
Seudónimo: "Una piba con la remera de greenpeace"
En cuanto al resto de los participantes, entre los que quisieron publicar sus cuentos, algunos prefirieron que fuera bajo seudónimo, otros con sus nombres reales.
Así que ahí van:
Título: "Mi futura ex" - Nombre: Diego Hernández Ayala
"Yo convivo con mi futura ex.
Y la gran ventaja que tiene convivir con mi futura ex, es que la puedo ver todos los días, ...
Cuando se levanta, cuando su cabello sigue aún dormido, su cara está medio despierta, y sus piernas tratan de levantarse.
Además la puedo disfrutar cuando sus celulitis, desobedientes y juguetonas, se salen de la cortina de la ducha, haciéndola enojar, en el momento en que amorosamente pide "UNA TOAAALLLLAAAAAA!!!"
Es realmente muy motivante, por ejemplo, sorprenderla, levantándome en silencio, sin despertarla, para ir a prepararle un desayuno, léase, café, tostadas, manteca y dulce, y si uno no llena la taza, astutamente, evitando el conflicto potencial, de que el infame café le cayera sobre la colcha, .... colcha, dije colcha. ... la agraciada dama comenta, "no había leche, que no llenaste la tasa?" Eeeeso es lindo!!!
El trabajo de convencimiento, la voluntad explicitada, así como el empeño y la perseverancia dispuestos por la dama para que nos des-esposemos, es realmente meritorio, y es en la comunicación donde más se nota. Cómo? Fácil, desorientando al oponente, por ejemplo, si quiere decir abrazame, dice: "salí de acá no te puedo ver, no se como me casé contigo!" Si quiere decir haceme mimos, dice algo tipo: "mirá me tenés cansada, andá a acostarte a otro lado, porqué no te vas a la casa de tu madre?" Y por supuesto si siente necesidad de decirte que te quiere, dirá, mientras te tira una remera nueva, mitad en la cara, y mitad en la computadora, "te compré ésto, a ver si me hacés el favor de no dejarla tirada en el baño, como el pantalón que te regalé, que no lo terminé de pagar, voy por la segunda cuota, y ya lo manchaste todo con jane............... bla, bla, bla."
Pero siendo totalmente objetivo en el tema, porque uno puede llegar a pensar, está mina es un reverendo clavo, en cuanto me la saque de encima, conoceré la felicidad, nunca más me engancho con nadie.
Pero, pero, pero, la vida nunca nos dará la facilidad de que en materia de mujeres, las cosas salgan como planeamos.
Porqué?
Es muy simple, porque cuando hayamos firmado el compromiso, cuando hayamos tomado los votos, del divorcio, a la muy ... ex, nunca más la veremos levantándose de su madriguera, como cuando estaba con nosotros, no señor, seguramente, al menos en el período que más nos va a joder, o sea los primeros meses de "conocimiento de la felicidad", la veremos en compañía de sus amigas más "dadas", que seguramente tengan a alguien para presentarle, y ella estará radiante, como cuando nos enamoró, tendrá puesta alguna faja supermoderna, que en secreto le devolverá su envidiable cintura, y algún corpiño de esos que cuando llegas a la intimidad, preguntás al verla salir del baño. Qué pasó, estabas acumulando líquidos?
Entonces, en ese momento sentiremos correr un frío por la espalda, algo como lo que puede sentir cierto modisto que no voy a nombrar, cuando escucha a un nene chiquito, en público, decir "no me peguen que soy Giordano", si exacto en ese momento decimos, pero la gran p... porque no habré dejado que me siguieran pegando. Y por favor, que ni todos los dioses del Hades permitan que ella nos vea, y sepa que la vimos con ese tipo, que aunque sea un nerd, y nunca más lo veamos, ya estaaa, como la polilla que nace para simplemente poner el huevo, y después ya estaaa, bueno, ese flaco ya nos puso el huevo y ya estaaa.
Por eso, como decía mi suegro, "guarda con el tosqueo", que viene a ser un llamado de atención, con el rebote, por eso yo digo, que no se puede tomar el matrimonio a la ligera, hay momentos que compensan, y que te sacan de los malos momentos, y a esos no los podemos olvidar así como así, porque sería una lástima perdernos de disfrutar de las cosas que tiene la vida, poder llegar a "conocer la felicidad, debemos grabar esos instantes para siempre, por su potencial, seamos inteligentes, por eso yo ya empecé a grabar a mi futura ex, de mañana, cuando repta fuera de la cama, o en la ducha, cuando gelatinea con el agua, etc, y este material, lo llevo encima, para que en caso de que la vida me quiera hacer una broma, poder decirle, CHAU, CHAU CHAU CHAU, ADIOS QUE TE VAYA BIEN!"
Título: "El contrato" - Nombre: Moira Secco
Es curioso como se puede estar tan cerca de una persona y tan lejos de repente, ya sé, nada nuevo lo que digo, pero no deja de ser raro.
Conozco mucho esto porque ya lo he vivido muchas veces. Esto de haber estado con el chico equivocado, la diferencia, es que esta vez, tenía la certeza de que era el chico equivocado y aun así o justamente por eso me tenté. Así que nunca como ahora tuve tan claro que el coeficiente de mi inteligencia emocional es bajo o nulo, y tener las cosas claras, me da seguridad.
Juro que intenté cortarlo. Con cuchillito de palo le dije que no, que nuestra relación tenía los minutos contados, que estábamos condenados a muerte etc…pero me convenció fácilmente preguntando:- por qué hablás de dolor cuando hablamos de amor?
Quedé muda, me dio vergüenza mi forma de mirar el amor. Acaso amor y dolor no es lo mismo… casi?
Era Febrero no lo pensé mas y dije que si. Nunca hizo tanto calor. Bailamos lentas en el living de su casa, intercambiamos tesoros y canciones…nos comimos, nos bebimos, nos fumamos, febriles, hasta caer desmayados.
Horas después desperté sola y aturdida, con un dolor furioso en la cabeza, él ya no estaba, no había nada ni nadie detrás de sus ojos inconcientes.
Su alma se la había llevado el diablo, así lo decía el contrato que todavía sostenía entre sus dedos, firmado y fechado. El silencio era mortal.
Desesperada traté de revivirlo, lo sacudí, lo mojé, le hice respiración boca a boca…pero nada, no hubo forma, el diablo es demasiado poderoso, y se lo había llevado.
Aquel chico de rulos como el sol, principito de ojos inocentes, era ahora un muñeco blando, viejo y abandonado.
Lo odié por dejarme sola en aquellas ruinas, le pegué impotente hasta llorar tierna y vencida sobre su cadáver.
Estúpida tu lo sabías me repetía mientras salía triste de entre los escombros, con mis tacos torcidos y el vestido roto…tu lo sabías.
Un mes después escribo esto, de a poquito me recupero, con muchos cuidados y atenciones.
Lo que yo no sabía era que lo quería tanto a aquel chico con soles en el pelo que me entregó su corazón antes de partir.
Título: "Olor a luna" - Seudónimo: Ernestina
"Se llamaba cualquier nombre. ¿Qué importaba saber como la nombraban otros? Era la noche caminando detrás de ella, por esa calle donde alguna vez solía abrazar al sol. Pero ahora, él sol no salía más, se había ido en alguna discusión de esas que solíamos tener por culpa de las mañanas, esas donde el café se enfriaba mientras nuestros gritos y llantos nos pegaban el mayor reto. Sí, se había ido. Solo la luna nos haría compañía, siempre y cuando saliese y no tuviese miedo ella tampoco. Solíamos caminar por esa calle ¿te acordás? A veces hasta mí me cuesta, siempre tuve problemas de memoria, y lo sabes. Como aquel día en el que jugamos a ser otras personas y de tanto que jugamos, se me olvidó quien era de verdad, o ese otro en el que llamaste para preguntar que me había pasado la noche anterior, y yo quede en silencio y vos lloraste y yo no dije nada. Siempre necesite del olor para recordar, hoy de mañana abrí mi ropero. Desordenado por cierto, y debajo de mi ropa encontré tu olor y me trasladé inmediatamente a esas noches, a esos días, donde era precisamente tu olor lo que me hacía dejar de llorar, era el,el único capaz de hacerme reír por horas, era tu olor y no otro. Lo sentí, también lo toque un rato, creo que empecé a llorar y lo dejé caer al piso; también admito que lo aplaste con mi pie, aunque estaba descalza y no sorbió de mucho, seguía ahí, en mi cuarto... gritando, pidiendo, suplicando que vuelvas. Por eso, decidí salir de la habitación por unas horas, pensé que tal vez si me iba, lo dejaría de sentir. Así fue, caminé horas al rededor de las personas, se me olvidó entonces.
Miro por la ventana y veo a la calle, creo que hoy está más oscura que de costumbre; es verdad... la luna no salió ¿cómo puedo ser tan ingenua? Es obvio, la luna, vos... van juntas. Y no estas y ella tampoco y la noche se vuelve densa, pesa. Creo que prefiero acostarme, domir tal vez o simplemente dejar de esperarte en mi balcón, dejar de sentir el ruido del ascensor esperando que llegues. Prefiero acostarme y hacerme bollito ¿ bollito? Eso me decías vos cuando una situación te saturaba, me contabas que era la mejor forma de escapar, que haciéndote bollito nada te iba hacer llorar o sí te hacía, era un llanto para vos y nadie más, que estando así el mundo podía explotar pero vos, seguirías arrollada en el tuyo. Por un momento me reí, me hice bollito entonces, sabes que siempre me causo gracia esa palabra acompañada de ese grito de aullido que hacías, me acordé de todo eso y me reí, me hizo bien. Entonces pienso que no todo es noche, que existen recuerdos que me hacer largar esta risa, pienso entonces que sentir tu olor hoy, podría no haber sido tan malo, que recordarte es parte de que no vuelvas y que no vuelvas es parte de este ciclo. Siempre dijimos que lo nuestro no era terrenal, que lo nuestro era para ser vivido en nuestros cuerpos pero en otro entorno, con otros colores (más vivos), con otros sonidos, siempre dijimos que mañana cuando todo cambie, íbamos a sentirnos de nuevo y que la luna iba a ser nuestra y nuestras manos una sola. Dijimos muchas cosas. Volví a caer, le dije adiós al bollito y volví a mi cuerpo. Me senté a los pies de la cama, como esperando algo, esta vez no te esperaba a vos, pensaba en otras cosas.
Pensaba en esto de la teoría de las dieciséis horas y el eje terrestre y todas esas cosas que me saturan la cabeza pero que no logro entender nunca ¿ vos lo entendías? Tus teorías siempre me convencieron, hasta creo que llegué a creer en dios por algunos minutos, tus argumentos eran sumamente convincentes y tu voz los hacía convertirse. Como esa tarde en que después de la siesta me contaste que querías pintar un Cristo en tu pared y yo salté a los gritos diciéndote que era la cosa más estúpida que te había escuchado decir y vos te enojaste y yo decidí escucharte, y pasamos horas hablando sobre Cristo, sobre la religión y tus contradicciones; pero es verdad que me convenciste por un rato, todo lo que decías tenia sentido esa tarde, tal vez por la siesta anterior o tal vez porque siempre tuviste esa capacidad de convencerme. Y vuelvo a hablar de vos...
Creo que resignada voy hacia la cocina y me sirvo un vaso de agua, la perra me muerde el tobillo, ella nunca me muerde, es chiquita, tal vez ella también huele mi llanto y esta mordida es un aviso, una especie de señal. Tomo el vaso de agua y busco algo dulce para dejar de llorar, la perra empieza a ladrar, esta asustada, se esconde en un rincón y me mira, yo también me asusto y empiezo a llorar más fuerte, ella sigue ladrando, me encierro en el baño un rato. Si conocieras a mi perra dirías que estoy loca, no pesa más de dos kilos, es pequeña, torpe y de orejas largas. Si la conocieras entenderías que algo no anda bien, que mi llanto y me miedo no es causa del ladrido, sino del aullido de la noche. Y sigo llorando un rato más. Y vos todavía no conoces a mi perra, y decidiste no conocerla nunca, decidiste no volver al balcón, dejaste pudrir las ciruelas que en dos noches habíamos plantado para siempre, siempre supe que aunque pudiera ponerme tus zapatos, acomodarme en ellos como si yo te calzara y aunque pudiera hasta caminar como vos y seguir tu paso firme, aún así seguiría descalza, mojándome los pies, acariciando la tierra, sintiendo su humedad; porque entonces me doy cuenta que tu fuerza no era tal, que tu cuerpo era débil, que tuviste miedo y te fuiste. Te pensaba distinta, me acuerdo cuando saltaba el río, cuando me mojaba los pies y no me importaba, cuando me acompañabas a reírme de la noche, ahora. Me ahogo, el agua me empapa y me hunde, me mojo y hace frío y no te importa, preferís la comodidad de estar lejos, no te culpo, a veces... hoy sí; esta noche estaba hecha para ambas, y no viniste. Sigo en el borde de la cama, inestables mis pies que empiezan a temblar porque te sienten llegar, el ruido de tus zapatos se escucha por la ventana, cierro los ojos, quiero imaginar que no es verdad, que es mi imaginación, que son mis tantas ganas de que eso suceda. Pero los sigo escuchando, cada vez más alto, el olor a tu cuerpo entra por mi ventana, siento ahora tu voz, se acerca, tengo miedo, no quiero volver a hundirme, no quiero volver a buscar un vaso de agua y que la perra me ladre, no quiero llorar en el baño más, pero lo sigo escuchando y...
A veces no es fácil recordar, el roce de los cuerpos, de dos cuerpos moviéndose en sintonía, es que cuando todo pasa, el recuerdo queda ahí, en el tiempo, en aquellos cuerpos a la media noche, que reían, murmuraban vida eterna. Ahora, la silueta sola en la noche con bocinas de fondo; no hay más que intentar recordar, o no.. tal vez es mejor dejar los cuerpos ahí, en las noches de antes y construir, construir noches nuevas, otros dos cuerpos que bailen, jueguen a otro juego, que no se parezca en lo absoluto al de ayer, que muerda otras manzanas , que beba otros aromas, que huela otra mirada. Sí, es eso; crear. Otros dos cuerpos, que no conozcan más que el tiempo que viene después… y pienso, y decido que no me importa, decido dejar de nombrarte, te llamabas cualquier nombre, juguemos a que hoy te llamas olvido."
Título: "Historia de nosotros: enlazados por el azar" - Nombre: Gabriela Gubitosi
"Todo empezó de forma loca, inesperada, como todas las cosas que tienen que suceder por algún motivo desconocido e intrigante.
Ocurrieron una serie de sucesos, miles de coincidencias, que nos pusieron en el mismo momento y en el mismo lugar, con la misma necesidad de compartir nuestras soledades y como resultado nos unieron.
Fue así como de repente comenzamos a conocernos, y las arañas empezaron a tejer los hilos invisibles para atarnos, sin que ninguno de los dos lo notara."
Al principio fue mágico, como suelen ser siempre los comienzos.
Los dos creímos descubrir que en el otro había lo que cada uno buscaba.
Teníamos la frescura de la primavera en la piel, la alegría de los nacimientos en el rostro, los colores del amanecer en el alma , la espontaneidad de una carcajada , la pureza de una lágrima, la simplicidad del primer acorde de una melodía única que jamás volverá a ser tocada.
Éramos dos, pero a la vez sólo uno, no sentíamos miedo, no sentíamos dolor, había un perfecto equilibrio entre ambos, una conexión especial, una sensación de tranquilidad y calma, de entendimiento mutuo, de compañerismo, de armonía…
Pero como dicen por ahí, y como todos saben, la calma siempre precede a la tormenta, y hasta las arañas, que siempre estuvieron presentes en el avance de la relación, decidieron alejarse, ocultarse y empezar a destejer los hilos que ya nos asfixiaban, que ya nos impedían continuar siendo lo que éramos, que ahora nos enlazaban pero ya no del corazón sino del cuello; y así fue como las cosas comenzaron a cambiar.
Los cambios, probablemente hayan sido progresivos, aunque yo los noté de golpe y me perdí todo el proceso. Se podría decir que lo descubrí cuando mis ojos empezaron a ver realmente con claridad y en ese momento me di de cara contra la dura realidad, supongo que lo descubrí cuando empecé a llorar.
Y en esa realidad ya no habían más arañas, estas sabias y antiguas tejedoras , desaparecieron por completo; se ocultaron fuera de mi campo visual , fuera de tu agresividad y de mi tristeza, fuera de tu decisión fatal y de mi insistencia en cambiarla , fuera de tus ganas de engañar y de mis intentos de creerte.
Y así, de repente, empecé a vivir en un mundo desconocido para mi, en un lugar triste y oscuro, casi como una cárcel, donde sufría la condena de pagar por quién sabe que deuda Karmática, de quién sabe que vida anterior.
Allí no podía ver con claridad y la aparición de terceros y terceras solo sumaba personajes a esta absurda historia, donde yo sólo sufría o escapaba, y a veces ambas cosas y vos hacías lo mismo, aunque siempre a destiempo.
Recuerdo que fue difícil salir de ese pozo , más profundo que todo lo que alguna vez sentí por vos , más oscuro que el más húmedo y frío sótano, más vacío que el que empezaba a llenar mi corazón, más frío que tu lado de la cama , más inhóspito que el interior de un volcán activo , a punto de explotar. Y más triste que el cuaderno de poemas que escribí y no quisiste leer.
Creo que ese fue el gran problema, nunca quisiste escuchar y eso provocó que ya no avanzara sincronizadamente la relación, que ya ni siquiera avanzara, de ningún modo…
Y que la coordinación y coincidencias del inicio, pasaran a ser sólo una anécdota, como la presencia reiterada de las arañas en los momentos en que alguno de los dos quería atrapar al otro, y lo lograba…
Un simple detalle, tal vez místico, en el desarrollo de una relación que perdió su rumbo, (o nunca tuvo uno) y solo retrocedía poco a poco y cada vez más.
Por mi parte yo seguía esperando demasiado, más de lo que podía recibir de vos, pero mucho menos de lo que te daba y podía continuar ofreciéndote.
Y esperaba tanto que al final solo deseaba que cambiarás, que desaparecieran los fantasmas de tus errores y los míos y volvieras a ser lo que alguna vez creí que eras, lo que yo quería que fueras, lo que sabía que ya no eras.
Tal vez el problema más grande fue no saber que hacer con todo lo que tenía para darte, cuando, de repente, de un momento a otro, dejamos de vivir esa cómoda rutina compartida, disfrutada de a dos, y volvimos a la odiada, a la ex rutina de la independencia, compartida únicamente con la soledad, que nos enseño (principalmente a mi) que los días ya no eran nuestros, que eran tuyos y eran míos, pero de los dos ya no más.
Y ahora al mirar atrás sólo veo niebla, una nebulosa que impide que recuerde con claridad; probablemente mecanismo de defensa de mi mente que quiere seguir funcionando sana, mecanismo de defensa para no recordar el dolor, para no recordarte…
Y la conclusión a la que llego si intento hurgar en el ayer es simple, aunque triste… y capaz demasiado absurda, pero tal vez en mi vida solo estuviste de paso y tal vez eso sea lo que más haya dolido porque yo hubiera querido que estuvieras por siempre, y lo único que durará por siempre será tu ausencia...
y el recuerdo de las arañas…
Es triste pero solo fuiste una piedra más en el camino, solo una lección que debía aprender."
Título: "The End" - Nombre: Isabel
"Érase una vez 1 invierno a las cinco de la mañana. Las princesas dormían todas.
EL llegó en su caballo 4x4 gris metalizado. La música electrónica se oía a-todo-trapo. Desde la ventana Lady Marion lo escuchó y lo odió. Espió por la cortina, se despaviló, vio que era EL buscando a Giulia.
Fue por ella porque claro, dormía en el ala más alejada, cerca de la paz cerca de las plantas.
Marylin Manson sonando en polifónico, 5 de la mañana?! EL llamando. ÉL en la puerta. qué? que bajes que estoy en la puerta. Tiempo de ponerme las medias.
Me encuentro a Lady Marion en la escalera -también de medias- dijo bajito que vino EL
shh! salgamos a la calle!
Apagá la música la concha de tu madre! -dijo dulcemente la princesa-.
Bajó de su corcel decidido a besarme. (EL vino con el bajista, creo que a Marion le gusta). Giulia estaba furiosa, EL estaba drogado. Drogado como nunca te había visto así - nunca así - hecho de verdá un trapo.
ÉL pidiendome porfavor. EL hablando de amor. No! me pellizco. Sí! ÉL mi príncipe estrella-del-rock aquí reventado y rendido a mis pies. Pero no me entra el zapatito.
Lady Marion hacía puntitas en el cordón mientras besaba al bajista. Miré a mi hermanita sorprendida. (Marion es ALta CUMbiera con el bajista qué cómico).
Giulia le dijo que no. Le gritó que no de las peores formas que supo. No-se-puede volver así como si nada no-se-puede venir a las 5 sabés? que tengo una hija que está durmiendo, que entro a trabajar dentro de tres horas entendés? sabés lo que es trabajar? Giulia refregó su linaje lo más hiriente que pudo. Lo escupí.
ÉL la envolvió en su bufanda y acarició su pelo largo.
Balbuceó que no importaban las diferencias de sus Reinos. La abrazó, explicó las cosas que no tenía por qué. EL dibujó nuestro futuro para mí. Dibujó soñador y dispuesto.
Qué hermoso! Un mundo feliz.
ÉL no era ÉL y yo lo sabía. Odio las drogas!
ÉL sabe que la droga más fuerte en mí es un Bracafé
ÉL sabe que me gusta el olor a comida en la casa (y sabe que odia eso)
ÉL sabe que me gusta que nos bañemos juntos (y nunca quiso)
ÉL sabe que al próximo toque van las amigas! eso promete orgía!
ÉL sabe que su EGO es grande como ÉL
El príncipe la abrazó con el más profundo amor. Sin éxito. Insistió. Dijo todo lo que Giulia quería oír. Sin éxito. (El hada madrina le susurró atónita: ¿sabés cuántas querrían estar en tu lugar?)
Giulia buscó a Lady Marion y se fue a dormir."
Título: Sin título - Nombre: Renata Paiva
"Los ex-amores suelen complicarnos la vida, por algo fueron ex's y no son actuales. Aquel invierno de 2007 yo no sabía que el angelito de ojos verdes del que me estaba enamorando me iba a complicar tanto la existencia, simplemente lo quería, me divertía con el un montón y tenía ganas de conocerlo un poco más. Los días pasaron, los meses se escabulleron debajo de frazadas en las cuales nosotros nos acurrucabamos como ilusos, perdidos en el amor que nos teníamos. Luego de un par de días de cumplir nuestro onceavo mes de novios, pude darme cuenta, de que algo andaba mal.
- ¿Pasa algo? - le pregunté a él, pensando que la respuesta iba a ser simple, tan corta como un "no" o quizás un "nada"
- Sí, tengo que hablar contigo - me contestó, me quedé helada, simplemente no sabía que hacer, esa frase, en mi experiencia de vida, nunca había significado algo bueno... esta vez no iba a ser la excepción
- Ah bueno, vení para casa si querés y hablamos - dije, después de bajar a la realidad. No podía ser éste el fin, ¿que me iría a decir? Se aburrió, pensé. Es muy normal, a esta edad simplemente suele pasar. Luego de pensar unos cinco minutos, me dí cuenta, estaba tan enamorada de Javier que me estaban brotando lágrimas con solo pensar que podría haber pasado que nuestro amor se había desintegrado para él. No dejaba de llorar, no podía parar, simplemente salieron las lágrimas como pudieron, como peléandose por quién sale primero, apuradas y tristes. Muy tristes, igual no me esperaba lo que Javier en aquel entonces me iba a decir ya que era mucho peor. Sonó el timbre, bajé a abrir la puerta corriendo, antes decidí pasar por el baño rápidamente para deshacer los rastros de que había llorado, quedaría muy niña y seguramente lo que me iba a decir era una tontería; pensé, pues no, estaba muy equivocada.
- Sofía veni, vamos a dar una vuelta - me dijo apenas lo saludé con un beso en el cachete
- Bueno, dejame avisar que me voy - le contesté. Le grité a mi madre que iba a dar una vuelta con Javier y que enseguida volvíamos, ella grito un "bueno" y cerré la puerta. Seguía sintiendo el mismo temor que había surgido desde aquella frase infernal, pero al verlo me sentía protegida, el nunca me haría nada malo.
- ¿Qué me querías decir? - me animé a preguntar.
- No sé, mira, es complicado lo que te tengo que decir... de verdad, yo nunca tuve la intención de que las cosas fuesen a terminar de esta manera, es más, ni siquiera tenía la intención de que se diesen de esta manera... - No escuchaba lo que me decía, me vino un nudo en la garganta, las lágrimas empezaban a arrimarse a mis ojos.
- ¿De que hablas, Javier? ¿Que cosas? No entiendo nada - le dije, casi llorando
- Me enamoré de otra, Sofía - esa frase simplemente me partió el corazón, fue más allá de todo lo que pude haber pensado que me iba a decir, más allá de lo que me imaginaba o de lo que no. Javier, con quien estaba de novia hacía casi un año, me dejaba.. y no solo me dejaba, si no que me dejaba por otra.
Esa tarde, después de esa maldita frase, con mis 17 años y la cara empapada en lágrimas salí corriendo, no sabía a donde ir, solo sabía que me quería ir. A otro lado, a algún lugar mejor, a donde pudiese sentirme protegida, como alguna vez lo habia sentido al estar parada, sentada, o tan solo mirando a Javier.
FIN."
Título: "Como siempre" - Seudónimo: Lluvia Canina
"Un terreno enorme, personas jugando en la kermesse y nosotros bajamos la montaña de pasto corriendo. Me mostraron un papel con nombres de canciones, no me acuerdo que canciones, pero era un papel escrito a mano que alguien sostenía frente a mis ojos y que me hizo saber de tu presencia. Lo asocié con tu persona, supe que ahí estabas, esas canciones te gustaban.
“¿En serio? ¿Dónde está?” pregunté mas alegre que sorprendida. Y te me apareciste en el fondo de ese patio interior del jardín de infantes.
Tenías un gato en los brazos como si fuera un bebé y le dabas una mamadera con total dedicación. Me acerqué con cara de felicidad y empezó la charla espontánea, como siempre. Me preguntaste que me parecía tu cambio de look, más bien cambio de cara. Tu cara era otra. Mucho más dulce, simple, simpática. Eras otro y me gustabas más que el de antes pero no te lo decía. Me gustó tu camisa amarilla y la forma en que sostenías al gato. Me senté frente a vos en el banco de piedra pero de repente te giraste. Te di vuelta suavemente para que no me dieras la espalda. Y también para que recordaras como te tocaba, supe que aunque no dijeras nada el contacto te había gustado.
Quedé hipnotizada con el gato naranja que dormía sobre el muro a mi costado. Lo acaricié, te hablé sobre él y lo volví a acariciar mientras me preguntabas si conocía a la prima de tu madre, una que salía en la televisión y que hoy se iba a casar.
“No la conozco” mentía yo, que estaba ahí justamente porque ella me había invitado. Estaba ahí porque quería verte, hace tiempo que quería verte. Yo mentía, como siempre. Y me sentía bien porque estábamos teniendo una de nuestras charlas. Charlas y preguntas dulces, simples, simpáticas. Como siempre.
El gato del muro se despertó y me asustó de repente. Lo miré de reojo, el aire se tensó. Mientras me hablabas pensé que podía arañarme; me paré de un salto. Me imaginé que iba a arañarme; me llené de miedo. Dejé de escucharte y desapareció todo. El jardín, los gatos, tu presencia. Me resigné y volví a lo mío. Todavía te extraño."
Cuento: "Olía a río" Nombre: Marcia Salvioli
"El imán más implacable fue su aroma.
Su única piel, invisible menos para mí, mensajera de mil notas , de epifánicos colores, que desde la primera caricia se adivinaban hundidos en futuros fríos.
Asfixiaba mi ombligo , tironeaba de mi pulso, se enredaba en mi largo y ondulado cabello. Increíbles volcanes despertaban desde sus lunares. No era su perfume de estuche ya segregado para siempre de la magia (me desmayaba adrede en las farmacias sólo por poder sentirlo nuevamente). No; era una mezcla casi perfecta entre su calmosa voz, la nariz tosca y osada, sus labios menudos y esas preguntas de su pelvis queriendo grabar respuestas inquietas en mi cintura.
Clareaba el otoño entonces, pero en algunas horas todavía florecían nochecitas demasiado lilas. Algunas de ellas me desvelaba escuchando ese concierto ruso, pensando en él, Gregorio, en cómo su cabeza explotaba igual que el sol naranja y en sus besos impetuosos; los besos de sus yemas a la guitarra.
Buscaba conectarme a sus sinrazones, descifrarme en sus espejos, también dejar atrás la mochila del divorcio de mis padres, la pérdida de mi hogar de la infancia, las piruetas imposibles para salvar algo de las destrucciones, aquello que ya no querría nadie volver a unir.
Era mi nuevo compañero de clase en el último año del Liceo. Un Gregorio cuervo , más sombra y barba que pecho o pasión, cumpliría en tres días veinticinco . Había regresado a culminar con esa etapa por complacer a su novia ,Cecilia, una futura abogada que no aceptaba su vocación de músico, o de escritor.
Mientras yo huía por la caverna de mis sueños pensaba en reencontrarlo , de ojos y labios despabilados. Mis manos desdoblaban las imágenes, el olor de la lluvia temprana cuando coquetea con relámpagos, mis dedos alargados iban a posarse a esas gorgas donde ardían más fuertes las ganas de atravesar su muralla de seda, su frontera secreta. Mis senos parecían graves amenazas a Hiroshima y si conjuraba el roce de su tronco entre las piernas me quedaba como la hierba húmeda del patio.
Él , metido entre mí y el perfume ocre que huelo en una mañana desteñida de silencio. Mis piernas tuyas tuyas sólo tuyos mis talones para lo eterno o para nunca nadie más conmigo . Porque estás aquí entre tanta nada, errando, durando, saltando como un delfín en el sol de mar mojado.
A mis amigos y a mí los diecisiete nos habían vuelto hormigas melancólicas, juntando utopías desde los naipes marchitos . Entre los hombros de mis libros se guardaba alguna gota de desdicha.
Me gustaba llevar una desteñida pollera roja y championes azules. A los varones les atraían las muchachas despreocupadas, aquellas que no gastan poses y que no se aplastaban en reflexiones profundas. Pero y Gregorio , él a quién anunciaba, a las caderas verticales como luna llena en bicicleta , pronta para perderse .
Alguna mirada suya aburrida seguía el ritmo de mis piernas-agujas, en un segundo por esa vía llegaría al paraíso, perturbado de tanta pureza junta, conquistada mas jamás merecida.
Una tarde estábamos solos en el salón de clase, casi escondidos detrás del piano, imposible sostener mi mirada, el planeta Marte se estampó en mi cachete izquierdo. Dejamos a un lado los centímetros, los diccionarios, los absurdos ritos románticos.
Mi emoción era como un toro que me tenía de blanco. Me dejó zumbando aún más que una estatua, desde ese día , desde mi primer beso me gustó circularmente, capaz de atravesar flotando todos los puentes.
Podía dudar, temblar, desconfiar, negar, afanes caducos todos; acabaría rendida a su sirena. El hombre huraño , cazando el eco de su súplica amorosa en silencio, nunca dicha, jugaba a las escondidas con las palabras, por no repetir la mentira más dicha entre dos.
Si me contaba de su antiguo desamparo, de su desesperanza, mi corazón se convertía en una hoja seca cubriendo a un dragón entre mis costillas. Por eso no puedo con tanta sed querer no quererte vida porque es imposible , ya quedé como bebiéndote en toda sinestesia.
. . . al fin nos atraparía esta soga serpentina.
El paso más peligroso lo dimos ese lunes invernal, pardo, desabrido. Nos iríamos al terminar las clases caminando hasta su casa. Acepté su invitación ciegamente, me lancé con el mayor empuje donde no sabía si habrían hondos pozos. Entre la pared y la puerta su lecho destendido , discos clásicos y novelas entre el café y el vitral abrigando a una paloma gris. Su aroma cobraba allí una intensidad insólita.
Como compartir desnudos la primera semilla, como el comienzo inocente de los verdes o del azul en la costa, así fluía, así se dio el encuentro de mis hojas con la rigidez áspera de su cuerpo . Mi loco interés por respirarlo , integrarlo, mi vana búsqueda de esa fe que sólo él podía darme, se transformó en revivir la mañana donde niña conocí el agua cristalina del río.
Siguió entregarme a una hamaca suave, muy cálida, pisando guijarros abrazada a su cuello, religando , imaginando nuestras señas para una nueva fórmula de la ternura.
Mi necesitarlo y su sutil persecución, su enredarme a fuerza de palabras y amorosos azares; su artería más fina que la de una araña. Era diferente a todos los hombres de mi vida , un raro , y sin embargo ni siquiera me parecía muy guapo , no de esa belleza cantada, su hermosura sin respuesta, sus brazos, una galería de cañas semioscura invitaba a zambullirse en ella y descubrirla; un arroyo marrón atravesado por la tormenta.
Gregorio vivía del aire, de los malos cuentos escritos a pulmón y con demasiadas costuras visibles y de la desmedida paciencia de su madre María. Su padre había muerto cuando él sólo tenía cinco, pocas veces me hablaba de él, ese dolor ya no cicatrizaría.
Continuó el cuento que acaba mal , los sabidos renglones de risas, las instantáneas felices, los viajes en tren, las violentas discusiones, chocolate y cine un domingo de abril, los debates filosóficos, amarse a pleno rayo en campos de fresas. . .
Y desconcertando te vas sin grito, haciendo cálculos mezquinos, sin pelear por la jugada vencida. Te vas cómo te vas si yo no te hice alba.
Marzo del 2010."
Título: "Go fish" - Seudónimo: M. Marchessani
"Esta dividido en dos. Un espacio mental que es relativamente imaginario y se desprende a partir de una puerta entornada, el otro que sí es real y lo puedo sentir. Por momentos creo que estoy disfrutando de un frigorífico caliente que se encuentra en condiciones óptimas para la temperatura corporal. Las paredes, los pisos de madera y la pequeña ventana a cuadritos, que no me permiten ver en totalidad el primer sol, me recuerdan a una casa oscura de verano. No existen sonidos ni ruidos, el silencio aturde mis orejas preparándome para un estado meditativo profundo. Me decido a realizarlo. La cama esta en el centro del cuarto, es el único elemento del ambiente donde mi cuerpo puede descansar y relajarse. Acelero el ritmo, el cerebro se hiperventila gradualmente transformando la temperatura de la pieza, de mi cuerpo. Está un poco fresco, me tapo.
Es bastante absurdo creer que alguien le tema a un pedazo de su cuarto y más aun si lo desconoce. Cuando estoy por sentir la liberación siempre ocurre algo que no me deja avanzar, pero sabía de antemano que hoy iba a ser diferente, los pocos rayos de luz que entraban por la ventana a cuadros transmitían esperanza.
Me doy vuelta y me veo acostado, siento un placer inmenso de haber abandonado esa piedra corporal. Avanzo de una forma innovadora para mi conciencia, esto me permite recorrer todos los rincones que forman el rectángulo del cuarto. Voy de un lado hacia otro, lo observo de distintas perspectivas y me doy cuenta que siempre es bastante similar; hay una cama, una ventana y una puerta semiabierta. Luego de la contemplación del cuarto escucho una música desconocida pero muy inquietante para mi pecho. Obviamente sale de la puerta desconocida. Entro sin necesidad de abrir la puerta ya que viajo como si fuera humo de cigarrillo, traspasar volúmenes es fácil, puedo lograrlo porque soy un espectro o quizás un fantasma.
El espacio es enorme, muy blanco y no hay fugas. La música es perfecta y con el volumen saludable para el alma, sigue inquietándome, trato de encontrar la fuente del sonido pero es inútil, solo blanco. En un determinado momento siento como las preocupaciones humanas viajan por un hilo que conecta la cabeza del estúpido hombre lento que esta en la cama, con el valiente y veloz que esta del otro lado de la puerta. Me doy cuenta que es un obstáculo para mi objetivo, pero es tarde, siento una breve inyección que enlentece mis acciones, dejo de estar realmente puro. Puedo experimentar y entender. Experimento como se achica el cuarto y como desvanece la música, entiendo que desaparecieron los rayos que me regalaba la ventana. Otra vez lo deje escapar.
Habían pasado ya tres horas y seguía esperando que llegue. Nunca llegó. Aproveché la noche para detenerme; logré ver el aura del árbol del vecino, conversé con los perros y la tranquilidad me regalo una canción que contaba que un pájaro, que estaba con su compañera, no podía volar por el clima y entonces descansaba en su nido. Sin otra chance dormí solo. La única definición que encuentra mi cabeza de expectativas es “yo espero algo de…”, no sé si fui claro, pero son odiosas e incluso inaceptables para una persona que cree vivir todos sus días como si fueran los últimos. Tengo que aprender a disminuirlas, un día de sol me espera mañana.
Llueve, domingo otoñal y triste, se me pasparon los labios, a las 16hs me encuentro con ella para despedirme, esta vez el característico o mejor dicho singular dolor de panza me lo decía, era un verdadero “chaupinela”[1]. Nos dijimos lo mismo de siempre, pero en esta ocasión la diferencia de perspectiva creció que alcanzó desilusionarme, solo pude besar su frente, la insulte. De la plaza de las empanadas, que era un bautismo íntimo, hasta casa hay seis cuadras pero los pedales de la bicicleta moderna no descansaron hasta que cumplieron su función de ojos de gato. Estaba cansado, no quise hablar con nadie, apague la luz y me entregue al sueño.
Siempre sostuve, que el experimento de la observación callejera me entretiene. Es difícil para cualquier miembro de una sociedad responder la pregunta ¿Hoy es 8 o 9? (teniendo en cuenta que viven en una semana de asueto o libre). No significa nada, no? Volviendo a la experimentación científica, me paro en una esquina céntrica, atención calibrada, las leyes no me permiten disfrutar de mi tabaco sin frío, un policía alto y joven habla por su teléfono móvil y expresa, en tono de preocupación: “¿Pudiste pagar los gastos comunes”? . Doy una calada larga, recreo la escena en mi cabeza, vuelvo a la calle pero el hombre de gris desaparece. El segundo movimiento se trata de una mujer gorda de unos 55, 60 años con su hijo también, esta vez gordito, ella dice “te voy a dar una patada en el culo y te vas a ir con tu padre”. Padre en tono despectivo, el concepto es opuesto al anterior, los gestos llaman a la “bromeria” ambos se ríen.
Que increíble! da lastima!, aburrimiento!, el divertimiento dura poco en mi persona. Pago las grapamieles y me uno al movimiento callejero. Creo que todavía no estaba apto para mis clásicos momentos de silencio, estaba realmente triste, de todas formas intuía que la ridícula reflexión de los tiempos con ella se aproximaba.
Acá estoy, el agua esta clara, divina para ser otoño, debo ser sincero que mi molestia por tener frente a mis ojos río y no océano es enorme. Llego el momento de la desintoxicación, de hacer un zapping de sentimientos, verlos en el proyector mental, abandonarte. Tengo una pulsera verde en la mano izquierda. Ambos la tenemos o “iamos”, eso ahora no lo sé. Lo que si sé, es que se las compramos a unas niñitas argentinas en Punta del Diablo a 7,50 pesos. Jugaban al almacén. Ellas, nunca se enteraron el valor de su artesanía en nosotros. Necesito deshacerme de esta insignificante piola, gozo de los ritos. La quemo y me quemo la muñeca, con la mano derecha me la froto y consigo una nueva pulsera, esta vez de ampollas. Esta si que es real!, la siento, me arde, me tiro en la arena a llorar como un niño. Me quiero enjuagar! Entro en trance o en sueño. Desperté y seguía en el mismo lugar, un sol de verano jodido que me achicharraba la piel. Me quito todas las mudas, quedo completamente desnudo y nado un buen rato el estilo perrito, es el único que sé, es el que cansa menos.
Todavía no estaba tranquilo, me faltaba encontrar la calma mental y otras veces la del alma. Me faltaba entender mi cuarto y su energía adictiva para mi desdoblamiento, me faltaba entender el sol de verano en un día de otoño, tampoco podía soportar y convencerme que el amor de dos individuos desaparezca por diferencias de perspectivas, inmunda palabra perspectiva.
Hay tiempos en que la paciencia se agota y las incertidumbres se guardan en la caja de fotos o cajita personal o en mi caso la caja amarilla, es ese lugar apestoso donde hay fotos de uno mismo disfrazado de algún superhéroe, también se cuela alguna carta de amor, anotaciones sin sentido, objetos que alguna vez significaron algo pero se archivaron, que se embalsamaron en una caja oscura. Por qué uno hace eso con las incertidumbres? cobardía? bienestar falso? desesperación? Es claro que no se la respuesta, no hay ni que decirlo, pero de todas formas me gustaría acercarme a una. En estos últimos 4 meses, aseguro que mi cuerpo se congeló, a pesar del frío invernal mis sentidos se sofocaron y no se expresaron como de costumbre. Fue aburrido, molesto, desagradable y penosamente cómodo. Decidí entrar en la granja, no quiero que me deshuesen, quiero darte mi hilo y que te abrigues con él, pero necesito tu ayuda. Vamos a nadar.
[1] ADIOS"
Título: Sin título - Seudónimo: Maina
"Como definir esto en una palabra… no puedo.
Apenas duro un instante que trate que fuera eterno.
Cada vez que recuerdo esos momentos mi cuerpo tiembla me encuentro en ese mismo lugar, recuerdo los aromas, colores y cada sentimiento me recorre el cuerpo como estando ahí.
Nunca voy a olvidar esa mirada cada caricia abrazo y beso ni cada detalle mínimo del cual nadie nunca se fijaría, recorrí cada lunar de su cuerpo cada cicatriz, lo conozco y lo mejor es que puedo recordarlo.
No se cuanto logro conocerme, pero se que yo a lo oscuro solo con su respiración me daría cuenta de que es el.
Suena a una obsesión, a un capricho cumplido, yo en ese momento decía que era amor y más que eso.
Nada de lo que pueda recordar hoy serviría. El nunca fue totalmente mío, pero se que no lo conoce como yo.
Los años a el lo atraparon y jugo mas eso que correr el riesgo de lo que en verdad sentía. Yo estaba ciega solo lo veía a el, y en aquella oscuridad solo podía sentir su aroma calido que me llamaba.
Había momentos en que quería huir, irme y no encontrármelo nunca más.
Me sentía un numero dos, siempre después de el uno, pero no era su culpa.
Luego fui cambiando sin darme cuenta, empecé a perder su aroma, ya no podía sostener la mirada en sus ojos.
Pero lo quería y seguía firme ahí como esperando que mi novela terminara con el mas hermoso final feliz.
Estaba tan concentrada en su mirada… pero cuando ya no lo estaba pude ver el mundo con mis ojos y no con los de el.
Cuantas caras cuantos aromas me estaba perdiendo afuera, y a mi lado una persona en la cual nunca me había fijado me estaba dando tanto cariño, y su mirada era tan hermosa. Fue ahí cuando empecé a mirar hacia fuera y fui perdiendo un poco de aquel amor, pero conozco cada detalle de el y nunca lo olvidaría.
Creo que abrir los ojos fue el mejor comienzo para empezar a vivir, otra vez a través de mí.
Cuando sintió mi perdida no sabia como hacer para recuperarme, pero yo tenia en mis ojos otra mirada con la cual puedo mirar el mundo de a dos.
Nunca logro entender eso, pero logro entender, que todo termina alguna vez.
Lo veo, si, a diario aun salen sonrisas tiernas de nuestros labios al saludarnos. Pero sabemos que cada uno tiene su mundo y verlo de a dos para mi hoy es lo mejor que me pudo pasar no se si será eterno pero puedo mirar hacia fuera, y no me pierdo aromas, por que este aroma no los opaca, se entrevera con el mío."
lunes, 7 de junio de 2010
lunes, 26 de abril de 2010
ESCRIBÍ SOBRE UN EX-AMOR / CONCURSO DE CUENTOS
Todavía l@ amás. Nunca vas a dejar de odiarl@. Ya l@ olvidaste. No pasa un día sin que l@ recuerdes. Te arrepentís del día que l@ dejaste. Ojalá esa relación hubiera terminado antes. Te rompió el corazón. Le destrozaste la vida. Nunca conocerás a alguien como él/ella. Era una porquería de persona. No le deseás a nadie que pase por el infierno que vos pasaste. Si sólo pudieras volver a sentir que tocás el cielo con las manos. No llegaste a comprometerte en esa relación. Ojalá vuelvas a sentir un amor tan profundo por alguien más. Fue una persona jodida. Que llegara a tu vida fue una gran bendición. Estaban destinados a conocerse. L@ conociste por casualidad, podía haber sido cualquier otr@. No parás de hablar de todo lo que hacía tu ex, aunque estés con otra pareja. Por suerte ese capítulo de tu vida quedó en el olvido, te sentís superad@ y si te preguntan por esa persona no decís ni mu. Tenés dulces sueños con tu ex. Está en todas tus pesadillas. Todo te hace acordar a él/ella. Por suerte nunca más te interesó. No podés de dejar de preguntar por él/ella. No permitís que se hable de él/ella en tu presencia. L@ extrañás. Te es totalmente indiferente. Cuando pasás por los lugares que frecuentaban te invade la nostalgia. Ni siquiera recordás a dónde iban cuando estaban juntos. Todavía recordás con cariño las cosas lindas que hizo por vos. Te reís con tus amig@s cuando te acordás de lo que tu ex hacía. Hablaban el mismo idioma. No se entendían en lo mínimo. Querían pasar todo el día pegados. A lo último no soportaban estar ni un rato juntos. Nadie te va a querer como él te quiso. No te quería ni un poquito. ¿Te quiso o fue todo una farsa? ¿A dónde fueron a parar todas sus promesas? Eran almas gemelas. Para vos era extraterrestre, un freak, un antisocial. Le caía bien a todo el mundo… menos a vos. No se llevaba bien con nadie, sólo contigo. Se llevaban bien sólo bajo las sábanas. Era un desastre en la cama. Te pudrió porque no te hacía caso en nada. Era demasiado sumis@. Ustedes eran dos caras de una misma moneda. Ustedes eran como el agua y el aceite. Le deseás lo mejor. ¡Ojalá reviente! Intentás llamar a tu ex de vez en cuando. Quedaron como amigos. Tu ex es tu peor enemigo.
Volvieron a tener sexo varias veces. Engañaste a tu actual pareja por estar con tu ex. Tu ex te puede. Tu ex no te mueve ni un pelo. Cada vez que lo ves se te revuelve el estómago. No lo tocás ni con un palo. Ahora que lo analizás fríamente no comprendés qué le viste. No entendés cómo algún día tuviste tan mal gusto. Sus defectos eran terribles. Sus virtudes eran maravillosas. Te dejó por tu mejor amig@. L@ dejaste por un@ de sus íntim@s. Diste lo mejor de vos y te quedaste sin nada. No era ni chicha ni limonada, l@ engañaste mil veces con otras personas. Pensaste mil veces cómo podría ser tu vida de intensa si volvieran. Sentís pánico ante la perspectiva de volver a verl@. Si l@ ves en la calle te alegrás. Si te l@ encontrás en algún lado te hacés la/él disimulad@. Te volvió loc@, era una droga para vos, por suerte zafaste. Era tu único consuelo en este mundo, tu ángel guardián. Dejó un vacío imposible de llenar. Venderías tu alma al Diablo para volver a estar con esa persona tan especial. Te hacía muy mal, desde que dejaron todo va bien en tu vida. Se pasaban riendo. Eran demasiado tristes juntos. Te apoyaba en todo. Nunca entendió lo que vos querías. Era tan celos@ que te afixiaba. Era demasiado frí@ y distante. No l@ dejás seguir con su vida. Te es totalmente indiferente. Fue lo mejor que te pasó en la vida. Todo fue un error. Está cada vez más lind@. Está cada vez más espantos@. Las canciones que pasan en la radio te hacen acordar a él/ella. Jamás volviste tu vista atrás cuando terminaron. Se llevó un pedazo de tu corazón. Se llevó todos tus discos. A veces te das cuenta las cosas que arruinaron la relación y te gustaría volver atrás y arreglar todo. Desde el principio supiste que no iban a ningún lado juntos pero no tuviste el valor de cortar de raíz. Viste a la nueva pareja de tu ex y te cagaste de risa. Viste a la nueva pareja de tu ex y te sentiste re mal. Todo lo pasado fue mejor. Pasado pisado, cada quien tiene que tomar su rumbo. Recordás aquellos momentos cuando tu corazón estuvo completo antes de que se rompiera en mil pedazos por esa persona que hoy querés olvidar y no podés…
"Los ex novios jamás pueden ser amigos.” “Donde hubo fuego cenizas quedan.” ¡Cuántos lugares comunes! Seguro que tu historia es única. Contála. Tu ex sin duda habla de vos más de lo que creés. Escribí un cuento sobre ese ex amor. No importa si es verdad o pura fantasía. No interesa si sos hombre o mujer, o cuánto duró la relación. Da lo mismo si aún l@ amás y escribís poemas en su honor, si todavía se ven en secreto o si ni siquiera podés escuchar hablar de esa persona. Da igual si querés volver al pasado y arreglarlo todo o si sentís que te sacaste un peso de encima al dejarl@ ...
Escribí un cuento sobre un ex amor y divertite, reite del absurdo de la vida o recreá la maravilla de la existencia con tus palabras. Exorcizá todos tus fantasmas y ganate una beca para participar del Taller de motivación a la escritura "CÓMO CONVERTIRSE EN ESCRITOR@" durante todo el 2010
Convoca: Taller La Diosa
tallerladiosa@gmail.com
http://www.tallerladiosa.blogspot.com/
BASES DEL CONCURSO
Tema: Escribí un cuento sobre un ex amor y divertite, exorcizá tus fantasmas.
Extensión: libre.
Objetivo: Reite de vos mism@ y del absurdo de la vida… o recreá la maravilla de la existencia con tus palabras.
Premio: Te ganás una beca para el 2010 en el TALLER DE MOTIVACIÓN A LA ESCRITURA “Cómo convertirse en escrit@r” de “Taller La Diosa”.
Plazo: El plazo de recepción será desde el lunes 26 de abril hasta el lunes 31 de mayo de 2010.
Condiciones: Pueden participar hombres y mujeres que residan en Montevideo, Uruguay. Enviar el cuento firmado con seudónimo adjuntando datos personales (cédula de identidad y teléfono de contacto) a tallerladiosa@gmail.com
Jurado: Patricia Turnes
Convoca: Taller La Diosa
Volvieron a tener sexo varias veces. Engañaste a tu actual pareja por estar con tu ex. Tu ex te puede. Tu ex no te mueve ni un pelo. Cada vez que lo ves se te revuelve el estómago. No lo tocás ni con un palo. Ahora que lo analizás fríamente no comprendés qué le viste. No entendés cómo algún día tuviste tan mal gusto. Sus defectos eran terribles. Sus virtudes eran maravillosas. Te dejó por tu mejor amig@. L@ dejaste por un@ de sus íntim@s. Diste lo mejor de vos y te quedaste sin nada. No era ni chicha ni limonada, l@ engañaste mil veces con otras personas. Pensaste mil veces cómo podría ser tu vida de intensa si volvieran. Sentís pánico ante la perspectiva de volver a verl@. Si l@ ves en la calle te alegrás. Si te l@ encontrás en algún lado te hacés la/él disimulad@. Te volvió loc@, era una droga para vos, por suerte zafaste. Era tu único consuelo en este mundo, tu ángel guardián. Dejó un vacío imposible de llenar. Venderías tu alma al Diablo para volver a estar con esa persona tan especial. Te hacía muy mal, desde que dejaron todo va bien en tu vida. Se pasaban riendo. Eran demasiado tristes juntos. Te apoyaba en todo. Nunca entendió lo que vos querías. Era tan celos@ que te afixiaba. Era demasiado frí@ y distante. No l@ dejás seguir con su vida. Te es totalmente indiferente. Fue lo mejor que te pasó en la vida. Todo fue un error. Está cada vez más lind@. Está cada vez más espantos@. Las canciones que pasan en la radio te hacen acordar a él/ella. Jamás volviste tu vista atrás cuando terminaron. Se llevó un pedazo de tu corazón. Se llevó todos tus discos. A veces te das cuenta las cosas que arruinaron la relación y te gustaría volver atrás y arreglar todo. Desde el principio supiste que no iban a ningún lado juntos pero no tuviste el valor de cortar de raíz. Viste a la nueva pareja de tu ex y te cagaste de risa. Viste a la nueva pareja de tu ex y te sentiste re mal. Todo lo pasado fue mejor. Pasado pisado, cada quien tiene que tomar su rumbo. Recordás aquellos momentos cuando tu corazón estuvo completo antes de que se rompiera en mil pedazos por esa persona que hoy querés olvidar y no podés…
"Los ex novios jamás pueden ser amigos.” “Donde hubo fuego cenizas quedan.” ¡Cuántos lugares comunes! Seguro que tu historia es única. Contála. Tu ex sin duda habla de vos más de lo que creés. Escribí un cuento sobre ese ex amor. No importa si es verdad o pura fantasía. No interesa si sos hombre o mujer, o cuánto duró la relación. Da lo mismo si aún l@ amás y escribís poemas en su honor, si todavía se ven en secreto o si ni siquiera podés escuchar hablar de esa persona. Da igual si querés volver al pasado y arreglarlo todo o si sentís que te sacaste un peso de encima al dejarl@ ...
Escribí un cuento sobre un ex amor y divertite, reite del absurdo de la vida o recreá la maravilla de la existencia con tus palabras. Exorcizá todos tus fantasmas y ganate una beca para participar del Taller de motivación a la escritura "CÓMO CONVERTIRSE EN ESCRITOR@" durante todo el 2010
Convoca: Taller La Diosa
tallerladiosa@gmail.com
http://www.tallerladiosa.blogspot.com/
BASES DEL CONCURSO
Tema: Escribí un cuento sobre un ex amor y divertite, exorcizá tus fantasmas.
Extensión: libre.
Objetivo: Reite de vos mism@ y del absurdo de la vida… o recreá la maravilla de la existencia con tus palabras.
Premio: Te ganás una beca para el 2010 en el TALLER DE MOTIVACIÓN A LA ESCRITURA “Cómo convertirse en escrit@r” de “Taller La Diosa”.
Plazo: El plazo de recepción será desde el lunes 26 de abril hasta el lunes 31 de mayo de 2010.
Condiciones: Pueden participar hombres y mujeres que residan en Montevideo, Uruguay. Enviar el cuento firmado con seudónimo adjuntando datos personales (cédula de identidad y teléfono de contacto) a tallerladiosa@gmail.com
Jurado: Patricia Turnes
Convoca: Taller La Diosa
sábado, 17 de abril de 2010
"Los talleres literarios son los nuevos hospitales psiquiátricos" - Entrevista a Hanif Kureishi
El novelista inglés Hanif Kureishi dice que al finalizar su taller los alumnos son más desdichados. "Yo siempre digo que se comportan bien. ¿Cómo podría ponerles una nota en escritura creativa?", se pregunta el también guionista y dramaturgo.
El novelista, guionista cinematográfico y dramaturgo Hanif Kureishi lanzó un virulento ataque contra los talleres literarios: dijo que son "los nuevos hospitales psiquiátricos".
Kureishi, que es profesor asociado en un curso de escritura creativa de Kingston University, declaró: "Una de las primera cosas que uno advierte es que cuando pone la televisión y se entera de que un estudiante se ha vuelto loco y ha matado gente con una ametralladora en un campus de los Estados Unidos, siempre se trata de un alumno que asiste a esos cursos".
"Estos cursos, sobre todo cuando se llaman de escritura creativa', son los nuevos hospitales psiquiátricos. Pero los estudiantes son muy agradables".
El escritor inglés de padre paquistaní, autor, entre otras obras famosas, de El Buda de los suburbios y Ropa limpia, negocios sucios, hizo estas declaraciones en el Hay Festival de The Guardian, hablando de su última novela: Something toTell You (Algo que decirte).
Además dijo que se sintió motivado para lanzarse a dirigir un taller literario cuando sus hijos empezaron a tomar lecciones de tenis y de piano. "Pensé que si uno sabe algo, tiene que transmitirlo".
Hablando de sus alumnos, Kureishi comentó: "Cuando termina el curso mis alumnos son mejores, pero también más desdichados". Sin embargo, dijo también que esos cursos despiertan en los jóvenes falsas expectativas, porque creen firmemente que harán una carrera literaria exitosa. "Tienen la fantasía de que todos los estudiantes llegarán a ser escritores famosos; y nadie puede convencerlos de lo contrario. Por eso digo que al hablar de cursos de escritura "creativa" uno está en cierto modo engañando a los alumnos".
Los aspirantes a escritores tienen mucho que decir, agregó, pero después obtienen calificaciones. Yo siempre les pongo la misma nota, 71 sobre 100. Y además, el profesor tiene que escribir un informe sobre cada uno. Yo siempre digo que se comportan bien y asisten a clase correctamente vestidos. ¿Cómo podría ponerles una nota en escritura creativa?
Cuando le decimos que los lectores preguntan qué relación hay en su obra entre autobiografía e invención, Kureishi reflexiona: "Ese tema es muy triste. Uno contesta y después todos quieren saber a qué hora te levantás, si escribís con la ventana abierta o cerrada, o qué aspecto tiene tu escritorio".
Tal vez haciendo alusión a la serie de fotografías de "El estudio del escritor" que The Guardian publica semanalmente, dice: "Hay gente que saca fotos a los escritorios de los escritores". "También sacan fotos de los escritorios en que trabajan ustedes ¿no? Es como si el talento estuviera en el mueble".
Después revela que volverá al teatro para poner en escena su novela The Black Album, en Londres. Del trabajo en el teatro dice: "Te saca de tu casa, y poco después empiezas a odiar a la gente. Entonces tienes que regresar a casa, sentarte en una habitación y escribir."
También cuenta que cuando se sienta a su escritorio todas las mañanas para empezar a escribir, piensa: "¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Acaso quiero suicidarme?"
Traducción: Ofelia Castillo
El novelista, guionista cinematográfico y dramaturgo Hanif Kureishi lanzó un virulento ataque contra los talleres literarios: dijo que son "los nuevos hospitales psiquiátricos".
Kureishi, que es profesor asociado en un curso de escritura creativa de Kingston University, declaró: "Una de las primera cosas que uno advierte es que cuando pone la televisión y se entera de que un estudiante se ha vuelto loco y ha matado gente con una ametralladora en un campus de los Estados Unidos, siempre se trata de un alumno que asiste a esos cursos".
"Estos cursos, sobre todo cuando se llaman de escritura creativa', son los nuevos hospitales psiquiátricos. Pero los estudiantes son muy agradables".
El escritor inglés de padre paquistaní, autor, entre otras obras famosas, de El Buda de los suburbios y Ropa limpia, negocios sucios, hizo estas declaraciones en el Hay Festival de The Guardian, hablando de su última novela: Something toTell You (Algo que decirte).
Además dijo que se sintió motivado para lanzarse a dirigir un taller literario cuando sus hijos empezaron a tomar lecciones de tenis y de piano. "Pensé que si uno sabe algo, tiene que transmitirlo".
Hablando de sus alumnos, Kureishi comentó: "Cuando termina el curso mis alumnos son mejores, pero también más desdichados". Sin embargo, dijo también que esos cursos despiertan en los jóvenes falsas expectativas, porque creen firmemente que harán una carrera literaria exitosa. "Tienen la fantasía de que todos los estudiantes llegarán a ser escritores famosos; y nadie puede convencerlos de lo contrario. Por eso digo que al hablar de cursos de escritura "creativa" uno está en cierto modo engañando a los alumnos".
Los aspirantes a escritores tienen mucho que decir, agregó, pero después obtienen calificaciones. Yo siempre les pongo la misma nota, 71 sobre 100. Y además, el profesor tiene que escribir un informe sobre cada uno. Yo siempre digo que se comportan bien y asisten a clase correctamente vestidos. ¿Cómo podría ponerles una nota en escritura creativa?
Cuando le decimos que los lectores preguntan qué relación hay en su obra entre autobiografía e invención, Kureishi reflexiona: "Ese tema es muy triste. Uno contesta y después todos quieren saber a qué hora te levantás, si escribís con la ventana abierta o cerrada, o qué aspecto tiene tu escritorio".
Tal vez haciendo alusión a la serie de fotografías de "El estudio del escritor" que The Guardian publica semanalmente, dice: "Hay gente que saca fotos a los escritorios de los escritores". "También sacan fotos de los escritorios en que trabajan ustedes ¿no? Es como si el talento estuviera en el mueble".
Después revela que volverá al teatro para poner en escena su novela The Black Album, en Londres. Del trabajo en el teatro dice: "Te saca de tu casa, y poco después empiezas a odiar a la gente. Entonces tienes que regresar a casa, sentarte en una habitación y escribir."
También cuenta que cuando se sienta a su escritorio todas las mañanas para empezar a escribir, piensa: "¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Acaso quiero suicidarme?"
Traducción: Ofelia Castillo
¿ES POSIBLE ENSEÑAR A ESCRIBIR FICCIÓN?
¿Se puede enseñar a escribir ficción?
A partir de la década de 1960, los talleres literarios empezaron a proliferar en la Argentina. Como en las universidades no se dictaba escritura creativa, algunos escritores tuvieron la idea de dar clases en sus casas o en institutos. Buscaban transmitir su experiencia a quienes tenían la vocación de narrar y carecían de recursos técnicos para ello. Los referentes de esta actividad señalan los límites de su trabajo. Pueden adiestrar a los alumnos en el empleo de ciertos trucos, pero no insuflan talento donde no lo hay. En cambio, afinan la calidad de lectura de sus discípulos y los guían en la corrección de los textos, la tarea más difícil para un autor.
En literatura, los recursos técnicos ocupan un lugar secundario y conocerlos no garantiza calidad.
La pedagogía mueve el mundo. La mecánica es simple: el dueño de un saber se lo transmite a otro que a su turno le entregará el tesoro, corregido y aumentado, a un tercero, en la certeza de que oportunamente éste hará lo propio con el siguiente interesado en sumarse a la cadena de la enseñanza y el aprendizaje. Esa suerte de carrera de posta se ha largado en la noche de los tiempos y no terminará ni un segundo antes del Apocalipsis. Es gracias a ese eterno maratón como progresan las ciencias y las artes. ¿Es posible enseñar? La pregunta sólo podría ser formulada por un devoto de las respuestas obvias.
¿Es posible enseñar a escribir? Basta agregar esas dos palabras al interrogante inicial para que la contestación deje de ser un sí monolítico e incondicional. En su lugar, aparece la delimitación de los territorios. Nadie niega la posibilidad de enseñar a escribir textos periodísticos, artículos académicos o ensayos. Pero la mayoría pone en tela de juicio que exista una pedagogía capaz de convertir a un individuo con buen manejo del idioma en un escritor de cuentos o novelas. Indiscutida en otras disciplinas, la dupla maestro-discípulo es zarandeada con vehemencia en el terreno de la narrativa.
La discusión viene de lejos y nunca fue saldada. A William Faulkner, por ejemplo, la sola mención del tema le encendía la ira: "Que el escritor se dedique a la cirugía o a la albañilería si está interesado en la técnica –le respondió a Jean Stein cuando lo entrevistó, en 1956–. No hay ninguna manera mecánica de escribir, no hay atajos. El escritor joven que siga la buena teoría es un tonto. Hay que aprender de los propios errores: las personas sólo aprenden por el error. El buen artista cree que no hay nadie suficientemente bueno para darle consejo. Su vanidad es suprema. Por más que admire al escritor más viejo, quiere superarlo".
Pero a diferencia del ganador del Premio Nobel de Literatura, en 1949, que no reconocía otro modo de aprendizaje que desplegar las alas de la suprema vanidad y largarse a volar, aun a riesgo de estrellarse una y otra vez contra la propia torpeza, Raymond Carver sometió su talento al rigor pedagógico del novelista John Gardner, su maestro en la Universidad de Chico, California. Y además, le quedó agradecido: "[Gardner] Me hacía una crítica concienzuda, línea por línea, y me explicaba los porqués de que algo tuviera que ser de tal forma y no de otra; y me prestó una ayuda inapreciable en mi desarrollo como escritor", contó el autor de Catedral en el prólogo al libro de su maestro, Para ser novelista.
En los Estados Unidos, la universidad de Iowa fue la primera en organizar cursos de "Creación literaria", a principios del siglo XX. La iniciativa hizo escuela: en la actualidad, "Escritura Creativa" está presente en los claustros universitarios estadounidenses. No es así en la Argentina donde, no obstante, los talleres literarios crecieron y se multiplicaron tanto que la oferta es hoy menor a la demanda. La lógica lleva a suponer que los escritores que dictan clases o talleres lo hacen en el convencimiento de que es posible enseñar a escribir. Sin embargo, la lógica y la narrativa a veces se repelen. Antes que un mundo razonable la literatura es una usina de paradojas. Para muestra, los dichos de dos grandes autores: el británico de origen paquistaní Hanif Kureishi y el argentino Abelardo Castillo.
"Los cursos, sobre todo cuando se llaman de escritura creativa, son los nuevos hospitales psiquiátricos", declaró Kureishi a The Guardian. Aunque virulenta, su afirmación no debería ser la piedra de ningún escándalo: al fin y al cabo, el autor de Mi oído en su corazón no hizo más que considerar locos a los que Faulkner ya había llamado tontos. Pero la diferencia entre ambas apreciaciones se vuelve abismo cuando se considera que Faulkner se abstenía de dar clases, mientras que Kureishi es profesor asociado en un curso de escritura creativa de Kingston University. Para colmo de la provocación, Kureishi agregó: "Una de las primeras cosas que uno advierte es que cuando pone la televisión y se entera de que un estudiante se ha vuelto loco y ha matado gente con una ametralladora en un campus de los Estados Unidos, siempre se trata de un alumno que asiste a esos cursos".
Puesto a opinar sobre sus propios alumnos, aceptó que cuando terminan el curso son "mejores" pero también "más desdichados", porque "tienen la fantasía de que todos los estudiantes llegarán a ser escritores famosos, y nadie puede convencerlos de lo contrario. Yo siempre les pongo la misma nota: 71 sobre 100 –confesó–. Y además, el profesor tiene que escribir un informe sobre cada uno. Yo siempre digo que se comportan bien y asisten a clase correctamente vestidos. ¿Cómo podría ponerles una nota en escritura creativa? ".
En la Argentina, los talleres literarios se convirtieron en un boom en la segunda mitad de la década del 70, cuando al público amante de la buena lectura e interesado en aprender a escribir de la mano de los grandes maestros se sumaron los jóvenes con inquietudes políticas que, a causa de la dictadura, ya no podían discutir sus textos en los bares. Algunos tomaron la práctica de los talleres como una forma de resistencia cultural; otros, como una actividad puramente literaria. Pero para ese entonces, la enseñanza de la narrativa en grupos reducidos ya tenía antecedentes exitosos. Isidoro Blaisten, en Anticonferencias, recuerda:
[...] este asunto de los talleres literarios no es tan nuevo como se cree. Habría que remontarse al año 1965. No sé por qué incierto destino yo di clases en un instituto de Técnica Literaria, en una casona de la valle Viamonte al dos mil seiscientos, Viamonte y Pueyrredón más o menos. [...] Lo dirigía el doctor Rodolfo Carcavallo, que es poeta y entomólogo, y fue el primer intento de taller literario quese hizo en el país. Venían señoras gordas y chicos con talento. Las señoras gordas eran insoportables y debían ser echadas. Los chicos con talento no tenían un peso y había que becarlos. [...] En ese instituto dieron clases Sabato, Borges, Marechal, Ulyses Petit de Murat, Conrado Nalé Roxlo, Bernardo Kordon, Agustín Cuzzani, Dalmiro Sáenz, Abelardo Arias, Abelardo Castillo, Marta Lynch, Humberto Constantini, Haroldo Conti, Carlos Mastronardi y yo.
Además, estaban los talleres que tenían como sede la casa de un escritor, alrededor del cual se agrupaban los alumnos. En 1968, por caso, a raíz de un aviso publicado en LA NACION, Inés Malinow recibió doscientos llamados de personas interesadas en su taller literario y más de la mitad optó por inscribirse. Ella daba clase en su departamento. Un taller de mucho prestigio era el de Félix della Paolera. Entre sus discípulos estaba Hugo Correa Luna. En 1973, surgió Grafein, que proponía una nueva manera de generar y comentar textos, basada en técnicas lúdicas. Se daban consignas y después se trabajaba sobre los resultados. En España, se publicó Grafein. Teoría y práctica de un taller de escritura (Altalena), que incluía reflexiones teóricas, ejercicios y ejemplos. Había, evidentemente, un público para la enseñanza y los cursos proliferaron.
Abelardo Castillo, a pedido de un grupo que quería estudiar con él, abrió su primer taller mientras dirigía la prestigiosa revista El escarabajo de oro. "Miren que los talleres no sirven para nada", así recibe desde entonces a los que quieren estudiar con él. De los talleres de Castillo han surgido autores cuyas obras desmienten la advertencia del maestro: Juan Forn, Inés Fernández Moreno, Paola Kaufmann, Susana Silvestre, y siguen las firmas. "Yo no formé a toda esa gente; ellos ya eran escritores –retruca Castillo–. En la selección entre los aspirantes, sólo me quedo con los que siento que potencialmente son escritores. Y los trato como pares, tanto que suelo someter mis propios textos a la discusión del taller".
–¿Por qué dice que el taller literario no sirve?
–Porque el taller literario es un invento nacional que aparece en los años 70 por una razón política e histórica y no por una razón literaria –responde el autor de El que tiene sed –. Con la dictadura, desaparecen las revistas literarias y son reemplazadas por los talleres. Han venido de España a preguntarme cómo doy mis talleres. Les dije que no hay ningún misterio, que esto es una reunión de escritores que leen sus textos y se critican entre ellos. El taller literario tomado estrictamente como un método de enseñanza es muy dudoso, porque no nació como un fenómeno cultural, educativo o pedagógico sino como un fenómeno histórico. Mi taller lo dan los alumnos, funciona como una gestalt. Yo lo único que hago es enseñarles, tal vez, a leer. Si de mis talleres de cuentos sale un escritor es porque ya era escritor cuando llegó.
–Si los talleres no convierten a nadie en escritor, ¿por qué tienen cada vez más inscriptos?
–No lo sé. Pero hay un crecimiento real y notorio de la literatura argentina que está basado en los talleres. En lo personal, busco que sólo vengan los que son escritores en potencia.
–¿Cómo los identifica?
–Porque siento que para ellos la literatura es esencial, que no es adjetiva, que no es aleatoria. Si no escriben (y no por grafomanía sino por necesidad literaria), no resuelven su problema con el mundo. Necesitan contar algo y tienen algo para contar. Necesitan decir algo y el único instrumento que tienen para hacerlo es la palabra. A mi taller entran los que yo siento que son autores de ficción, sin importar si son buenos o malos, porque eso no lo garantiza nadie. Hay escritores de raza que no son necesariamente grandes escritores. Hay hombres que viven apasionados por la literatura y, sin embargo, no escriben grandes libros; son mejores lectores que escritores. Es imposible saber quién distribuye el talento en este mundo… Esto se ve muy bien en la película Amadeus: Salieri, el amigo de Mozart, daba la vida por la música, la amaba, le suplicaba a Dios que le permitiera ser músico… Pero el talento lo tenía Mozart, que era un irresponsable. En literatura, pasa lo mismo.
Puesto a descubrir talentos literarios, Abelardo Castillo es un experto. Para muestra, su radical intervención en el destino de Liliana Heker. Ella es hoy una de las grandes narradoras argentinas y en sus talleres se formaron autores de la talla de Silvia Schujer, Ricardo Mariño, Pablo Ramos, Samanta Schweblin y Raúl Brasca, entre otros. Pero en 1959, Heker era una muchacha precoz que mientras cursaba el último año de la escuela secundaria, había dado el examen de ingreso a la Facultad de Ciencias Exactas con el propósito de estudiar Física, carrera que abandonó tras aprobar el cuarto año. Interesada por la escritura desde muy chica, el día que cayó en sus manos un ejemplar de la revista literaria El Grillo de Papel en el que se alentaba a los jóvenes a presentar sus obras, envió un poema junto a una carta de presentación. Le respondió uno de los directores, Abelardo Castillo. La contestación le traía una de cal y otra de arena: el poema estaba rechazado; la carta, en cambio, acababa de convertirse en la llave que le abriría las puertas del mundo literario. "El poema no era nada bueno pero la carta era muy buena –recuerda Castillo–. Le dije que viniera a la revista porque para mí, era una escritora en prosa y no una poeta. Liliana tenía entonces 16 años pero a esa edad, un poeta ya escribe como poeta. Y ella no escribía como Alejandra Pizarnik a la misma edad. Y a esa edad, Alejandra no escribía en prosa como Liliana, que como prosista ya era muy buena."
Con la autoridad que le otorga la experiencia de dirigir talleres desde 1978, Heker sostiene que "no se puede enseñar a escribir pero un escritor aprende su oficio. A partir de cierta predisposición cada escritor hace su búsqueda –amplía la autora de Zona de clivaje–. En ella intervienen factores como la propia experiencia y el vínculo natural que se tiene con el lenguaje. Pero ante todo, un escritor es un enamorado de la lectura, y se va formando con lo que lee. El taller no inventa escritores pero puede contribuir a la formación del que esencialmente ya es escritor.
–¿De qué modo concreto ayuda al escritor un taller?
–Le aporta la mirada de alguien que desde su conocimiento de la creación literaria puede decir qué falla en un texto, por qué una buena idea a veces consigue un cuento malo y por qué de una idea mínima puede salir un buen cuento, por qué el comienzo de un relato es demasiado alargado o demasiado informativo, por qué determinado cuento mejora si se lo narra en tercera persona y no en primera. Las miradas de ciertos otros actúan como los catalizadores en química, es decir, como sustancias mínimas que aceleran procesos que tal vez ocurrirían igual pero llevarían más tiempo. En ese sentido, a veces, los talleres funcionan.
–¿Qué buscan quienes se inscriben en sus talleres?
–A mí no me importa lo que busca la gente. Cuando los entrevisto les digo lo que busco yo: la formación de escritores; es lo único que me interesa. No les pido que traigan textos a la entrevista porque no me preocupa si escriben bien o mal. Creo que todos empezamos haciendo mal todo lo que hacemos, y vamos aprendiendo.
–¿Qué requisitos hay que reunir para ser aceptado en sus talleres?
–Sólo dos condiciones. La primera, que sea un lector; quiero a los enamorados de las novelas, de los cuentos, de la poesía. La segunda, que esté convencido de que la literatura es un trabajo, que si es necesario corregir veinte veces un cuento para que sea lo que uno está buscando, vale la pena. La corrección es una parte fundamental del proceso creador: quien no lo entiende así no puede venir a un taller, porque nadie acude a un taller para deslumbrar a los otros con sus textos sino porque cree que algo está fallando en su escritura y de una manera implícita está aceptando que viene a corregir sus textos. Sé que puedo comunicar mi saber a los otros: lo hago naturalmente y me apasiona. Pero sólo les doy mi saber a quienes son capaces de pelear contra el texto hasta conseguir todo lo que ese texto puede dar.
La máquina de corregir
Uno de los grandes escritores argentinos contemporáneos, Luis Chitarroni, quien además cuenta con una larga carrera de editor, dirigió talleres desde 1986 hasta 2000. Buceando en sus declaraciones sobre la pedagogía y la literatura, aparece un concepto clave: "Creo que es posible enseñar a corregir, no a escribir", dijo el autor de El carapálida.
En la polémica acerca de la posibilidad o imposibilidad de enseñar a escribir, las opiniones se abren como un delta. Pero cuando se alude a la corrección de los textos, todas las aguas desembocan en el mismo río, el de la necesidad. "Lo difícil no es escribir sino corregir, porque no hay profundidad alguna sino infinitas superficies", declaró el portugués António Lobo Antunes, eterno candidato al premio Nobel, finalista para el Príncipe de Asturias y ganador del Premio de Literatura en Lenguas Romances de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en el mes de septiembre último.
"Escribir es humano y corregir es divino", afirma Stephen King en Mientras escribo. El novelista que saltó a la fama con Carrie se sincera con el aspirante a escritor: "Si no tienes ganas de trabajar como una mula, será inútil que intentes escribir bien. Confórmate con tu medianía y da gracias de tenerla por cojín. Existe un muso (tradicionalmente las musas eran mujeres, pero el mío es varón), pero no esperes que baje revoloteando y esparza polvos mágicos creativos sobre tu máquina de escribir u ordenador. Vive en el subsuelo. Es un habitante del sótano. Tendrás que bajar a su nivel y, cuando hayas llegado, amueblarle el piso. Digamos que te toca a ti sudar la gota gorda, mientras el muso se queda sentado, fuma, admira las copas que ha ganado en la bolera y finge ignorarte. ¿Te parece justo? Pues a mí sí".
Ganador del Premio Nacional de Literatura 1999-2000 por El buen dolor, Guillermo Saccomano suma su voz al coro que predica la cultura del esfuerzo: "No creo en la iluminación del que se sentó y le salió –apunta–. No salís escritor, el escritor se hace trabajando; el nuestro es un oficio de paciencia. Talento tenemos todos pero la literatura exige disciplina y constancia. Hay que escribir desde las cinco y media de la mañana hasta las once y luego, corregir y leer", aconseja Saccomano, quien reside en la ciudad de Villa Gesell y viaja regularmente a Buenos Aires para dar sus talleres.
Raymond Carver describió en detalle las maratónicas sesiones de reescritura que les imponía John Gardner a él y a sus compañeros en la Universidad de Chico:
A los escritores de relatos cortos que tenía en clase les exigía que escribieran uno de entre diez y quince páginas de extensión. Y a los que querían escribir novela –creo que habría uno o dos–, un capítulo de unas veinte páginas, junto con un esbozo del resto. Lo malo era que el cuento o el capítulo de la novela podían llegar a revisarse hasta diez veces durante el curso semestral, para que Gardner se quedara satisfecho. Tenía por principio básico que el escritor encontraba lo que quería decir en el continuo proceso de ver lo que había dicho. Y a ver de esta forma, o a ver con mayor claridad, se llegaba por medio de la revisión. Creía en la revisión, la revisión interminable; era algo muy serio para él y que consideraba vital para el escritor en cualquier etapa de su desarrollo como tal. Y nunca perdía la paciencia al releer la narración de un alumno, aunque la hubiera visto en cinco encarnaciones anteriores. […] No sé cómo sería Gardner con sus otros alumnos cuando llegaba el momento de entrevistarse con ellos para comentar lo que habían escrito. Supongo que demostraría un considerable interés con todos. Pero yo tenía y sigo teniendo la impresión de que durante aquel período se tomaba mis relatos con mayor seriedad y ponía al leerlos más atención de la que yo tenía derecho a esperar. Yo no estaba en absoluto preparado para el tipo de crítica que recibía de él. Antes de nuestra entrevista había corregido el relato y tachado oraciones, frases o palabras inaceptables, incluso algo de la puntuación; y me daba a entender que aquellas supresiones no eran negociables. En otros casos encerraba las oraciones, frases o palabras entre paréntesis, y ésos eran los puntos por tratar, esos casos sí eran negociables. Y no vacilaba en añadir algo a lo que yo había escrito, una o varias palabras aquí y allá y quizá hasta una frase que aclaraba lo que yo pretendía decir. Hablábamos de las comas que había en mi historia como si nada en el mundo pudiera importar más en aquel momento; y, en efecto, así era.
La prueba del marciano
"Si no tiene tiempo para leer, no tendrá el tiempo o las herramientas necesarias para escribir", advierte Stephen King. No debe haber escritor en este mundo interesado en discutir esa postura. "Nadie escribe igual después de haber leído a Proust, Tolstoi o Faulkner y de haber desmontado sus textos, de la misma manera que nadie filma igual después de haber mirado una y otra vez las películas de Coppola, Visconti o Pasolini", dice Saccomano, y confiesa que a sus alumnos les recomienda un libro de cabecera: Ser escritor, de Abelardo Castillo.
"Yo enseño a leer, no a escribir –afirma el propio Castillo–. A mis talleres no entra nadie que no tenga muy buenas lecturas o una enorme necesidad de tenerlas. Uno de los problemas de los jóvenes es que no tienen una guía para aprender a leer; no saben qué es lo que deben leer. Lo primero que les pregunto a los que quieren inscribirse en mi taller es qué leyeron cuando pasaban de la infancia a la adolescencia, porque entre todo lo que uno lee a los 10 o 12 años, siempre hay algún libro importante. En esa etapa, siempre leíste a Poe o a Mark Twain, incluso sin saber que es uno de los fundadores de la prosa norteamericana y un gran escritor de lengua inglesa. Después, pregunto qué libros eligieron por sí mismos en la adolescencia. En general, aparecen Borges, Cortázar, Bioy Casares o Sabato. Me fijo mucho si leyeron Tolstoi, Chejov, Flaubert. Los que leyeron a Faulkner, y además les gustó, tienen una enorme tendencia literaria. Al final, les hago la prueba del marciano: viene un marciano a la Tierra, tiene que irse en 15 minutos y te pide que le hagas, de apuro, la lista con los quince o veinte libros que son los fundamentos de la literatura en este planeta. Ahí entran desde la Biblia hasta la Divina Comedia, la Odisea o Crítica de la razón pura. Cuando me dan la lista, les pregunto cuáles leyeron y cuáles no. ¿Por qué no los leíste si sabías que eran fundamentales? Si la respuesta que me dan es acertada, entran a mi taller; si no, no. Una respuesta acertada es ‘Porque recién tengo 20 años’ o ‘Porque tengo 35 años pero trabajé todo el tiempo en el mercado de Abasto para mantener a mi familia’. El que contesta ‘Porque empecé leyendo literatura contemporánea y entonces ese lenguaje…’ suele estar equivocado: no hay como leer a Homero para entender que es más contemporáneo que el 70 por ciento de los escritores argentinos actuales."
Además de la necesidad de corregir los textos con la obsesión de un tábano, John Gardner les inculcó a sus discípulos la pasión por la lectura, según relata Carver en el prólogo a Para ser novelista :
En clase [Gardner] siempre hacía referencia a escritores cuyos nombres yo no conocía. O si los conocía, no había leído obras suyas. Conrad, Céline, Katherine Anne Porter, Isaac Babel, Walter van Tilburg Clark, Chejov, Hortense Calisher, Curt Harnack, Robert Penn Warren… (Leímos una historia de Warren llamada "Blackberry Winter" que por la razón que fuera a mí no me gustó, y se lo dije a Gardner. "Pues vuélvela a leer", me dijo, y hablaba en serio). William Gass era otro de los que nombraba. [...] Hablaba de Henry James, Flaubert e Isaac Dinesen como si vivieran un poco más abajo siguiendo la carretera, en Yuba City. "Estoy aquí tanto para enseñaros a escribir como para deciros qué leer", decía. Yo salía de clase aturdido y me iba directamente a la biblioteca a buscar libros de los escritores de que hablaba. Los autores que estaban en boga en aquella época eran Hemingway y Faulkner. Pero en total yo había leído como máximo dos o tres libros suyos. De todos modos, eran tan conocidos y se hablaba tanto de ellos que no podían ser tan buenos, ¿no? Recuerdo que Gardner me dijo: "Lee todo el Faulkner que encuentres y luego lee todo lo de Hemingway para limpiar de Faulkner tu manera de escribir".
Cuando se escucha que el consejo compartido es leer a los más grandes de la Historia de la literatura, la cuestión se complica, porque sus obras generan tal admiración que uno queda perplejo. ¿Será posible aprender en estado de absoluto asombro? ¿No será, acaso, más prudente comenzar a aprender leyendo a los correctos, luego a las buenos, más tarde a los muy buenos y reservar la lectura de los geniales antes para el puro goce que para la pedagogía?
"Los escritores que pueden enseñar las pequeñas técnicas o trampas literarias son escritores menores, no los grandes escritores –responde Castillo–. Nadie puede imitar la técnica de Tolstoi, porque él no la tenía; era sencillamente un hombre genial. ¿Cómo se hace para escribir como Dostoievski? Recuerdo que mi encuentro con la literatura fue El lobo estepario, de Hermann Hesse, y que yo quería escribir un libro como ése. Más aún, quería escribir de nuevo El lobo estepario. Eso ocurre cuando uno empieza a escribir. Después, uno comprende que nadie salvo Tolstoi podrá llegar al nivel de Guerra y paz, pero también descubre que uno puede decir sus cosas."
Liliana Heker descarta que el estado de asombro sea un impedimento para el aprendizaje: "Nunca hay que perder esa alegría de leer, ese sentido de la aventura que implica el hecho de leer para deslumbrarse, la sensación de estar sumergido en un libro y no querer salir de él. Ése es el acto primordial de la lectura y lo mejor es no perder ese estado de inocencia. Pero uno también puede aprender a descubrir de qué está hecho eso que a uno lo ha deslumbrado".
–¿Podría dar un ejemplo concreto?
–Sí, la construcción de los diálogos. En general, los principiantes dialogan mal en literatura. Creen que el diálogo es algo prolijo, en el que alguien expone y el otro contesta. Pero la gente no dialoga así, la gente dice lo que no quiere decir, reitera frases, tiene asociaciones libres, a veces niega con los gestos lo que dice con las palabras. En literatura, los personajes dialogan y la historia ocurre debajo del diálogo.
–¿Qué autor recomienda leer para aprender a escribir diálogos?
–Salinger. Lo deslumbrante de sus textos es que debajo de los diálogos que no son explícitos, uno descubre la complejidad de los personajes. "Un día perfecto para el pez banana" es un excelente ejemplo. Si te explican por qué ese texto es deslumbrante, no sólo vas a seguir deslumbrándote y leyéndolo cien veces sin saber jamás qué le pasa a Seymour Glass sino que también vas a aprender cómo un gesto mínimo puede revelar más sobre un personaje que una larga descripción. "Corte de pelo", de Ring Lardner, deslumbra pero también es útil para aprender a trabajar el tiempo y el lenguaje coloquial en un cuento. Ring Lardner presenta a un peluquero que le cuenta al extraño que llegó al pueblo lo divertido que es todo allí. Lo dice con un lenguaje de peluquero que no tiene ninguna pretensión literaria, pero debajo de su discurso acerca de lo divertido que es el pueblo, uno descubre una historia atroz. Este tipo de observaciones se pueden comunicar en un taller.
Escribir para ganar concursos
El mercado editorial tiene leyes no escritas. Entre otras, la que dice que el talento literario no garantiza la publicación. A los escritores inéditos los concursos se les antojan un camino difícil, pero camino al fin, para llegar a publicar y conseguir cierta notoriedad. ¿A cuántos de los que asisten a los talleres los moverá el puro deseo de escribir buenas historias y a cuántos otros la ambición de ganar un concurso?
–Cuando doy un taller, los editores y los concursos no me interesan porque a mi criterio, eso no es escribir –responde Castillo–. Lo que alguien puede aprender (ya no en un taller sino en los libros que lee y en la vida) es a contar aquello que quiere contar. A traducir en una forma poética, sea una novela, un cuento, un drama o un poema, lo que tiene para decir del mundo o lo que ve del mundo. Eso se puede aprender al lado de un escritor o en los libros que uno lee; y sobre todo, de los propios errores.
–¿Qué opinión le merecen los concursos?
–No me interesan en absoluto. Yo entré a la literatura ganando un concurso con El otro Judas, pero yo no escribía para ganar concursos. Yo escribí mi obra de teatro solo, en mi casa y por la necesidad de escribirla. No creo que el destino de un escritor sea ganar un concurso y ni siquiera editar. Hay grandes escritores para quienes la edición de sus obras es secundaria. Por ejemplo, Emily Dickinson –sin duda, la poeta lírica más grande de Norteamérica, una de las más grandes de su lengua y tal vez una de las más grandes del mundo– creía que editar era algo que no pertenecía a la literatura. Y está el caso de Kafka: si no hubiera sido por Max Brod apenas conoceríamos de él un librito de cien páginas con sus pequeños poemas en prosa, que son obras menores comparadas con El castillo, El proceso o La metamorfosis. Su obra la conocemos porque Max Brod la conservó. Y hay un ejemplo aún más poderoso: Virgilio. Virgilio quería quemar La Eneida porque la consideraba imperfecta. En el ánimo de un escritor de verdad no siempre está la necesidad de publicar o de ser conocido. La necesidad que experimenta un escritor es la de escribir eso que quiere escribir, de darle forma a aquello que conforma su mundo imaginario. Y si lo escrito no está de acuerdo con su mundo imaginario, algunos escritores prefieren renunciar a su obra a que ésta se conozca imperfecta; ése era el sentimiento de Virgilio.
–¿Existen todavía escritores capaces de tamaña renuncia?
–Tal vez estés en presencia de uno de ellos: yo prefiero quemar una obra a mandarla a imprimir imperfecta. He tardado treinta años en escribir una novela. A los que vienen a mi taller trato de explicarles lo que es la literatura en su sentido esencial. Y no acepto a alguien que me plantea que quiere publicar o ganar un concurso. Tu pregunta no es ingenua, porque cada vez que alguien vinculado a mis talleres gana un concurso, como fue el caso de Paola Kaufmann, empiezan a llamar personas que dicen estar interesadas en venir a mi taller pero lo que en verdad quieren es ver si les pasa lo mismo que a esa escritora que ganó ese concurso. Esa gente no me interesa.
Paola Kaufmann, fallecida en 2006, a la edad de 37 años, era bióloga y se empezó a dedicar con ahínco a la literatura a partir de su ingreso en un taller de Abelardo Castillo, en 1995. En 2002, obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Artes por su libro de cuentos El campo de golf del diablo . Un año más tarde, ganó el de Casa de las Américas, por la novela La hermana. Y en 2005, El lago le valió el Premio Planeta de Novela.
Guillermo Saccomano es blanco de una humorada que circula en el ambiente literario: "Si querés ganar el Premio Clarín, anotate en el taller de Saccomano". El chiste viene a cuento de lo ocurrido con dos de sus alumnas: Ángela Pradelli ganó dicho certamen con El lugar del padre, en 2004, y Claudia Piñeiro, en 2005, con Las viudas de los jueves. Saccomano se ríe cuando se le pregunta qué hay de cierto en la broma y señala que antes de obtener el Premio Clarín, ambas habían demostrado su talento literario y que incluso, se habían destacado en otros concursos. De hecho, Piñeiro había sido finalista de "La sonrisa vertical" de Tusquets, en 1991, y del Premio Planeta, en 2003. En cuanto a Pradelli, antes de obtener el galardón de Clarín había publicado dos novelas: Las cosas ocultas y Amigas mías, que recibió el premio Emecé 2002.
Alicia Steimberg escribió con intención literaria desde los 18 años pero recién se atrevió a publicar su primer libro, Músicos y relojeros, a los 38, después de que la obra resultó finalista de los concursos Barral, Barcelona y Monte Ávila, Caracas. ¿Cómo aprendió a escribir durante esos veinte años? "Escribiendo y leyendo, como se ha aprendido desde los comienzos de la narrativa", responde la autora de Aprender a escribir, quien lleva dos décadas dirigiendo talleres, convencida de que "no se puede enseñar a escribir pero sí a que la escritura mejore". Ganadora del Premio Planeta Biblioteca del Sur con Cuando digo Magdalena, finalista en el concurso Barral, Barcelona con La loca 101 y finalista única en "La sonrisa vertical" con Amatista, alienta a sus alumnos a presentarse a los certámenes. "Y les aconsejo no pagar jamás por la publicación de un libro –agrega– porque eso es como comprarse una casita de juguete y decir: ‘Ésta es mi casa propia’’’.
¿Es la literatura un don divino?
A fuerza de escuchar escritores que cuestionan la posibilidad de enseñar a escribir, el sentido común no resiste a la tentación de las preguntas elementales: si se puede enseñar música, escultura, pintura o ballet, ¿por qué no se puede enseñar a escribir?; ¿quién y por qué decidió que aquellas artes admiten una transmisión pedagógica mientras que la literatura es una suerte de don divino que se les concede a unos y se les niega a otros según las veleidades del destino o la genética? Abelardo Castillo ofrece una explicación.
–La diferencia reside en la importancia que tiene la técnica en cada uno de esos casos. Para bailar, necesitás un profundo conocimiento de la técnica y de tu cuerpo. Eso se aprende de un maestro que quizás ya no baila y que tal vez nunca bailó bien, pero que es capaz de enseñarte a poner el cuerpo, a respirar, a moverte. En la pintura, la técnica también es fundamental: tenés que saber mezclar los colores, conocer qué es la perspectiva, manejar nociones de volumen. Alguien te tiene que explicar todo eso. De allí que los talleres o academias de pintura tengan un sentido mucho más preciso y visible que el taller literario, porque en literatura, la técnica pasa a segundo término. No es con técnica como se escribe Guerra y paz. Hay escritores que ni siquiera sabían lo que era la literatura y, sin embargo, han escrito grandes libros.
–Pero es difícil aceptar que la capacidad de imaginar buenas historias y escribirlas bien sea genética. ¿Cómo hicieron aquellos escritores?
–No sé cómo, pero lo hicieron. Benjamin Constant es un buen ejemplo. Era político, no tenía una relación directa con la literatura aunque sí con la cultura. En cierta ocasión, alguien dijo en su presencia que era muy difícil escribir una novela con solamente dos personajes porque resultaría intolerable. "Yo puedo hacerla", lo desafió Constant. Y escribió Adolfo, una obra fundamental de la literatura francesa. Borges era un escritor natural desde los 6 o 7 años. ¿Como aprendió a escribir cuentos? Leyendo los cuentos de los otros. ¿Y por qué no escribió novelas? Porque no pudo; si no, las habría escrito. Tan poca importancia tiene la técnica en la literatura que la técnica de la novela, si es una gran novela, corresponde al novelista que la escribe. No hay una novela arquetípica. Si el Quijote es una novela, el Ulyses, de Joyce, no es una novela. Si Cuarteto de Alejandría , de Lawrence Durrell, es una novela, entonces, las de En busca del tiempo perdido, de Proust, no son novelas. Por lo tanto, ¿qué es una novela? Una novela es un género que inventa cada gran novelista cuando escribe una novela, basándose en su propia intención, en sus propias posibilidades y en su propia técnica ¿Quién le enseñó la técnica de la novela a Joyce? Nadie.
La historia de la literatura le da la razón a Castillo: hay talentos que no precisan de los talleres ni las universidades. A Faulkner, le bastó el antojo de llevar una vida relajada para convertirse en escritor. Sucedió en Nueva Orleáns, mientras ganaba el pan haciendo changas: pintaba casas, timoneaba embarcaciones o piloteaba aviones. Por las tardes, veía a Sherwood Anderson paseándose tranquilamente por las calles. A la noche, se sentaba a beber con él y a escucharlo. Pero la vida matinal de Sherwood era un enigma para Faulkner: por mucho que lo buscara, no conseguía encontrarlo jamás. ¿Dónde estaba Sherwood? Encerrado, trabajando. "Decidí que si ésa era la vida de un escritor, lo mío era convertirme en escritor", contó Faulkner. Dicho y hecho: se encerró y en tres semanas, terminó su primer libro, La paga del soldado. Pensó que su vecino podría echarle una mano para que alguien se interesara en publicarlo. Anderson le propuso un trato irrechazable: "Si no estoy obligado a leer tu manuscrito, le diré a mi editor que lo acepte".
Paul Bowles fue un niño solitario al que en vez de juguetes, le regalaban "cosas constructivas", según dijo. Entre otras, unos bloques de madera que llevan grabadas las letras del abecedario. Con ellos aprendió a leer, a los tres años. Y fue así, con cierto ánimo lúdico y en estado de gracia, como se forjó un destino de escritor. "A los dieciséis, ya escribía poesía surrealista. Leía André Breton, que explicaba cómo hacerlo, y así aprendía a escribir sin ser consciente de lo que estaba haciendo", le dijo a Jeffrey Bailey en la entrevista publicada en Paris Review. "Aprendí cómo lograr que lo que escribía fuera gramaticalmente correcto y que tuviera incluso cierto estilo sin la menor idea de lo que estaba escribiendo –confesó–. Una parte de mi mente escribía y Dios sabe lo que estaba haciendo la otra parte. Supongo que estaba excavando en el subconsciente, dragando limo. No sé cómo funcionan esas cosas, y no quiero saberlo".
En un territorio teñido de subjetividades, la pregunta del millón es quién y con qué criterio decide que alguien es escritor. "Él mismo –responde, sin dudarlo, Abelardo Castillo–. En algún momento de su vida, siente que es escritor. Yo sentí que era escritor la primera vez que me compré una libretita y anoté palabras." Lo dice y enseguida, vuelve sobre sus pasos: "La verdad es que la primera vez que me sentí escritor fue en una Feria del Libro, cuando ya tenía más de cincuenta años y ya había escrito mis obras más conocidas, incluso El que tiene sed, que para algunos es mi mejor novela".
–¿Qué sucedió en aquella Feria del Libro que lo hizo sentirse escritor?
–Lo recuerdo muy bien. En el stand de Galerna, veo a un chico que está robando un libro. Yo me pongo a hablar con Levín [N de la R: Hugo Levín, dueño del grupo Galerna] para distraerlo a fin de que el chico robe tranquilo. Lo que robó fue un libro mío. Entonces, me sentí escritor. Te sentís escritor vos mismo, por una decisión tuya en cualquier momento. De pronto has tenido un gran amor, se te ha ido o te has ido, estás deshecho del dolor y de repente, pensás: "¡Qué historia es ésta! Me parece que está para escribirla". En ese momento, decís: soy escritor. No soy un enamorado, porque el enamorado se mata o sale corriendo a buscar a la persona amada. El tipo que al perder un gran amor piensa "Qué tema para un cuento o para una novela", ése es un escritor.
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1074237
A partir de la década de 1960, los talleres literarios empezaron a proliferar en la Argentina. Como en las universidades no se dictaba escritura creativa, algunos escritores tuvieron la idea de dar clases en sus casas o en institutos. Buscaban transmitir su experiencia a quienes tenían la vocación de narrar y carecían de recursos técnicos para ello. Los referentes de esta actividad señalan los límites de su trabajo. Pueden adiestrar a los alumnos en el empleo de ciertos trucos, pero no insuflan talento donde no lo hay. En cambio, afinan la calidad de lectura de sus discípulos y los guían en la corrección de los textos, la tarea más difícil para un autor.
En literatura, los recursos técnicos ocupan un lugar secundario y conocerlos no garantiza calidad.
La pedagogía mueve el mundo. La mecánica es simple: el dueño de un saber se lo transmite a otro que a su turno le entregará el tesoro, corregido y aumentado, a un tercero, en la certeza de que oportunamente éste hará lo propio con el siguiente interesado en sumarse a la cadena de la enseñanza y el aprendizaje. Esa suerte de carrera de posta se ha largado en la noche de los tiempos y no terminará ni un segundo antes del Apocalipsis. Es gracias a ese eterno maratón como progresan las ciencias y las artes. ¿Es posible enseñar? La pregunta sólo podría ser formulada por un devoto de las respuestas obvias.
¿Es posible enseñar a escribir? Basta agregar esas dos palabras al interrogante inicial para que la contestación deje de ser un sí monolítico e incondicional. En su lugar, aparece la delimitación de los territorios. Nadie niega la posibilidad de enseñar a escribir textos periodísticos, artículos académicos o ensayos. Pero la mayoría pone en tela de juicio que exista una pedagogía capaz de convertir a un individuo con buen manejo del idioma en un escritor de cuentos o novelas. Indiscutida en otras disciplinas, la dupla maestro-discípulo es zarandeada con vehemencia en el terreno de la narrativa.
La discusión viene de lejos y nunca fue saldada. A William Faulkner, por ejemplo, la sola mención del tema le encendía la ira: "Que el escritor se dedique a la cirugía o a la albañilería si está interesado en la técnica –le respondió a Jean Stein cuando lo entrevistó, en 1956–. No hay ninguna manera mecánica de escribir, no hay atajos. El escritor joven que siga la buena teoría es un tonto. Hay que aprender de los propios errores: las personas sólo aprenden por el error. El buen artista cree que no hay nadie suficientemente bueno para darle consejo. Su vanidad es suprema. Por más que admire al escritor más viejo, quiere superarlo".
Pero a diferencia del ganador del Premio Nobel de Literatura, en 1949, que no reconocía otro modo de aprendizaje que desplegar las alas de la suprema vanidad y largarse a volar, aun a riesgo de estrellarse una y otra vez contra la propia torpeza, Raymond Carver sometió su talento al rigor pedagógico del novelista John Gardner, su maestro en la Universidad de Chico, California. Y además, le quedó agradecido: "[Gardner] Me hacía una crítica concienzuda, línea por línea, y me explicaba los porqués de que algo tuviera que ser de tal forma y no de otra; y me prestó una ayuda inapreciable en mi desarrollo como escritor", contó el autor de Catedral en el prólogo al libro de su maestro, Para ser novelista.
En los Estados Unidos, la universidad de Iowa fue la primera en organizar cursos de "Creación literaria", a principios del siglo XX. La iniciativa hizo escuela: en la actualidad, "Escritura Creativa" está presente en los claustros universitarios estadounidenses. No es así en la Argentina donde, no obstante, los talleres literarios crecieron y se multiplicaron tanto que la oferta es hoy menor a la demanda. La lógica lleva a suponer que los escritores que dictan clases o talleres lo hacen en el convencimiento de que es posible enseñar a escribir. Sin embargo, la lógica y la narrativa a veces se repelen. Antes que un mundo razonable la literatura es una usina de paradojas. Para muestra, los dichos de dos grandes autores: el británico de origen paquistaní Hanif Kureishi y el argentino Abelardo Castillo.
"Los cursos, sobre todo cuando se llaman de escritura creativa, son los nuevos hospitales psiquiátricos", declaró Kureishi a The Guardian. Aunque virulenta, su afirmación no debería ser la piedra de ningún escándalo: al fin y al cabo, el autor de Mi oído en su corazón no hizo más que considerar locos a los que Faulkner ya había llamado tontos. Pero la diferencia entre ambas apreciaciones se vuelve abismo cuando se considera que Faulkner se abstenía de dar clases, mientras que Kureishi es profesor asociado en un curso de escritura creativa de Kingston University. Para colmo de la provocación, Kureishi agregó: "Una de las primeras cosas que uno advierte es que cuando pone la televisión y se entera de que un estudiante se ha vuelto loco y ha matado gente con una ametralladora en un campus de los Estados Unidos, siempre se trata de un alumno que asiste a esos cursos".
Puesto a opinar sobre sus propios alumnos, aceptó que cuando terminan el curso son "mejores" pero también "más desdichados", porque "tienen la fantasía de que todos los estudiantes llegarán a ser escritores famosos, y nadie puede convencerlos de lo contrario. Yo siempre les pongo la misma nota: 71 sobre 100 –confesó–. Y además, el profesor tiene que escribir un informe sobre cada uno. Yo siempre digo que se comportan bien y asisten a clase correctamente vestidos. ¿Cómo podría ponerles una nota en escritura creativa? ".
En la Argentina, los talleres literarios se convirtieron en un boom en la segunda mitad de la década del 70, cuando al público amante de la buena lectura e interesado en aprender a escribir de la mano de los grandes maestros se sumaron los jóvenes con inquietudes políticas que, a causa de la dictadura, ya no podían discutir sus textos en los bares. Algunos tomaron la práctica de los talleres como una forma de resistencia cultural; otros, como una actividad puramente literaria. Pero para ese entonces, la enseñanza de la narrativa en grupos reducidos ya tenía antecedentes exitosos. Isidoro Blaisten, en Anticonferencias, recuerda:
[...] este asunto de los talleres literarios no es tan nuevo como se cree. Habría que remontarse al año 1965. No sé por qué incierto destino yo di clases en un instituto de Técnica Literaria, en una casona de la valle Viamonte al dos mil seiscientos, Viamonte y Pueyrredón más o menos. [...] Lo dirigía el doctor Rodolfo Carcavallo, que es poeta y entomólogo, y fue el primer intento de taller literario quese hizo en el país. Venían señoras gordas y chicos con talento. Las señoras gordas eran insoportables y debían ser echadas. Los chicos con talento no tenían un peso y había que becarlos. [...] En ese instituto dieron clases Sabato, Borges, Marechal, Ulyses Petit de Murat, Conrado Nalé Roxlo, Bernardo Kordon, Agustín Cuzzani, Dalmiro Sáenz, Abelardo Arias, Abelardo Castillo, Marta Lynch, Humberto Constantini, Haroldo Conti, Carlos Mastronardi y yo.
Además, estaban los talleres que tenían como sede la casa de un escritor, alrededor del cual se agrupaban los alumnos. En 1968, por caso, a raíz de un aviso publicado en LA NACION, Inés Malinow recibió doscientos llamados de personas interesadas en su taller literario y más de la mitad optó por inscribirse. Ella daba clase en su departamento. Un taller de mucho prestigio era el de Félix della Paolera. Entre sus discípulos estaba Hugo Correa Luna. En 1973, surgió Grafein, que proponía una nueva manera de generar y comentar textos, basada en técnicas lúdicas. Se daban consignas y después se trabajaba sobre los resultados. En España, se publicó Grafein. Teoría y práctica de un taller de escritura (Altalena), que incluía reflexiones teóricas, ejercicios y ejemplos. Había, evidentemente, un público para la enseñanza y los cursos proliferaron.
Abelardo Castillo, a pedido de un grupo que quería estudiar con él, abrió su primer taller mientras dirigía la prestigiosa revista El escarabajo de oro. "Miren que los talleres no sirven para nada", así recibe desde entonces a los que quieren estudiar con él. De los talleres de Castillo han surgido autores cuyas obras desmienten la advertencia del maestro: Juan Forn, Inés Fernández Moreno, Paola Kaufmann, Susana Silvestre, y siguen las firmas. "Yo no formé a toda esa gente; ellos ya eran escritores –retruca Castillo–. En la selección entre los aspirantes, sólo me quedo con los que siento que potencialmente son escritores. Y los trato como pares, tanto que suelo someter mis propios textos a la discusión del taller".
–¿Por qué dice que el taller literario no sirve?
–Porque el taller literario es un invento nacional que aparece en los años 70 por una razón política e histórica y no por una razón literaria –responde el autor de El que tiene sed –. Con la dictadura, desaparecen las revistas literarias y son reemplazadas por los talleres. Han venido de España a preguntarme cómo doy mis talleres. Les dije que no hay ningún misterio, que esto es una reunión de escritores que leen sus textos y se critican entre ellos. El taller literario tomado estrictamente como un método de enseñanza es muy dudoso, porque no nació como un fenómeno cultural, educativo o pedagógico sino como un fenómeno histórico. Mi taller lo dan los alumnos, funciona como una gestalt. Yo lo único que hago es enseñarles, tal vez, a leer. Si de mis talleres de cuentos sale un escritor es porque ya era escritor cuando llegó.
–Si los talleres no convierten a nadie en escritor, ¿por qué tienen cada vez más inscriptos?
–No lo sé. Pero hay un crecimiento real y notorio de la literatura argentina que está basado en los talleres. En lo personal, busco que sólo vengan los que son escritores en potencia.
–¿Cómo los identifica?
–Porque siento que para ellos la literatura es esencial, que no es adjetiva, que no es aleatoria. Si no escriben (y no por grafomanía sino por necesidad literaria), no resuelven su problema con el mundo. Necesitan contar algo y tienen algo para contar. Necesitan decir algo y el único instrumento que tienen para hacerlo es la palabra. A mi taller entran los que yo siento que son autores de ficción, sin importar si son buenos o malos, porque eso no lo garantiza nadie. Hay escritores de raza que no son necesariamente grandes escritores. Hay hombres que viven apasionados por la literatura y, sin embargo, no escriben grandes libros; son mejores lectores que escritores. Es imposible saber quién distribuye el talento en este mundo… Esto se ve muy bien en la película Amadeus: Salieri, el amigo de Mozart, daba la vida por la música, la amaba, le suplicaba a Dios que le permitiera ser músico… Pero el talento lo tenía Mozart, que era un irresponsable. En literatura, pasa lo mismo.
Puesto a descubrir talentos literarios, Abelardo Castillo es un experto. Para muestra, su radical intervención en el destino de Liliana Heker. Ella es hoy una de las grandes narradoras argentinas y en sus talleres se formaron autores de la talla de Silvia Schujer, Ricardo Mariño, Pablo Ramos, Samanta Schweblin y Raúl Brasca, entre otros. Pero en 1959, Heker era una muchacha precoz que mientras cursaba el último año de la escuela secundaria, había dado el examen de ingreso a la Facultad de Ciencias Exactas con el propósito de estudiar Física, carrera que abandonó tras aprobar el cuarto año. Interesada por la escritura desde muy chica, el día que cayó en sus manos un ejemplar de la revista literaria El Grillo de Papel en el que se alentaba a los jóvenes a presentar sus obras, envió un poema junto a una carta de presentación. Le respondió uno de los directores, Abelardo Castillo. La contestación le traía una de cal y otra de arena: el poema estaba rechazado; la carta, en cambio, acababa de convertirse en la llave que le abriría las puertas del mundo literario. "El poema no era nada bueno pero la carta era muy buena –recuerda Castillo–. Le dije que viniera a la revista porque para mí, era una escritora en prosa y no una poeta. Liliana tenía entonces 16 años pero a esa edad, un poeta ya escribe como poeta. Y ella no escribía como Alejandra Pizarnik a la misma edad. Y a esa edad, Alejandra no escribía en prosa como Liliana, que como prosista ya era muy buena."
Con la autoridad que le otorga la experiencia de dirigir talleres desde 1978, Heker sostiene que "no se puede enseñar a escribir pero un escritor aprende su oficio. A partir de cierta predisposición cada escritor hace su búsqueda –amplía la autora de Zona de clivaje–. En ella intervienen factores como la propia experiencia y el vínculo natural que se tiene con el lenguaje. Pero ante todo, un escritor es un enamorado de la lectura, y se va formando con lo que lee. El taller no inventa escritores pero puede contribuir a la formación del que esencialmente ya es escritor.
–¿De qué modo concreto ayuda al escritor un taller?
–Le aporta la mirada de alguien que desde su conocimiento de la creación literaria puede decir qué falla en un texto, por qué una buena idea a veces consigue un cuento malo y por qué de una idea mínima puede salir un buen cuento, por qué el comienzo de un relato es demasiado alargado o demasiado informativo, por qué determinado cuento mejora si se lo narra en tercera persona y no en primera. Las miradas de ciertos otros actúan como los catalizadores en química, es decir, como sustancias mínimas que aceleran procesos que tal vez ocurrirían igual pero llevarían más tiempo. En ese sentido, a veces, los talleres funcionan.
–¿Qué buscan quienes se inscriben en sus talleres?
–A mí no me importa lo que busca la gente. Cuando los entrevisto les digo lo que busco yo: la formación de escritores; es lo único que me interesa. No les pido que traigan textos a la entrevista porque no me preocupa si escriben bien o mal. Creo que todos empezamos haciendo mal todo lo que hacemos, y vamos aprendiendo.
–¿Qué requisitos hay que reunir para ser aceptado en sus talleres?
–Sólo dos condiciones. La primera, que sea un lector; quiero a los enamorados de las novelas, de los cuentos, de la poesía. La segunda, que esté convencido de que la literatura es un trabajo, que si es necesario corregir veinte veces un cuento para que sea lo que uno está buscando, vale la pena. La corrección es una parte fundamental del proceso creador: quien no lo entiende así no puede venir a un taller, porque nadie acude a un taller para deslumbrar a los otros con sus textos sino porque cree que algo está fallando en su escritura y de una manera implícita está aceptando que viene a corregir sus textos. Sé que puedo comunicar mi saber a los otros: lo hago naturalmente y me apasiona. Pero sólo les doy mi saber a quienes son capaces de pelear contra el texto hasta conseguir todo lo que ese texto puede dar.
La máquina de corregir
Uno de los grandes escritores argentinos contemporáneos, Luis Chitarroni, quien además cuenta con una larga carrera de editor, dirigió talleres desde 1986 hasta 2000. Buceando en sus declaraciones sobre la pedagogía y la literatura, aparece un concepto clave: "Creo que es posible enseñar a corregir, no a escribir", dijo el autor de El carapálida.
En la polémica acerca de la posibilidad o imposibilidad de enseñar a escribir, las opiniones se abren como un delta. Pero cuando se alude a la corrección de los textos, todas las aguas desembocan en el mismo río, el de la necesidad. "Lo difícil no es escribir sino corregir, porque no hay profundidad alguna sino infinitas superficies", declaró el portugués António Lobo Antunes, eterno candidato al premio Nobel, finalista para el Príncipe de Asturias y ganador del Premio de Literatura en Lenguas Romances de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en el mes de septiembre último.
"Escribir es humano y corregir es divino", afirma Stephen King en Mientras escribo. El novelista que saltó a la fama con Carrie se sincera con el aspirante a escritor: "Si no tienes ganas de trabajar como una mula, será inútil que intentes escribir bien. Confórmate con tu medianía y da gracias de tenerla por cojín. Existe un muso (tradicionalmente las musas eran mujeres, pero el mío es varón), pero no esperes que baje revoloteando y esparza polvos mágicos creativos sobre tu máquina de escribir u ordenador. Vive en el subsuelo. Es un habitante del sótano. Tendrás que bajar a su nivel y, cuando hayas llegado, amueblarle el piso. Digamos que te toca a ti sudar la gota gorda, mientras el muso se queda sentado, fuma, admira las copas que ha ganado en la bolera y finge ignorarte. ¿Te parece justo? Pues a mí sí".
Ganador del Premio Nacional de Literatura 1999-2000 por El buen dolor, Guillermo Saccomano suma su voz al coro que predica la cultura del esfuerzo: "No creo en la iluminación del que se sentó y le salió –apunta–. No salís escritor, el escritor se hace trabajando; el nuestro es un oficio de paciencia. Talento tenemos todos pero la literatura exige disciplina y constancia. Hay que escribir desde las cinco y media de la mañana hasta las once y luego, corregir y leer", aconseja Saccomano, quien reside en la ciudad de Villa Gesell y viaja regularmente a Buenos Aires para dar sus talleres.
Raymond Carver describió en detalle las maratónicas sesiones de reescritura que les imponía John Gardner a él y a sus compañeros en la Universidad de Chico:
A los escritores de relatos cortos que tenía en clase les exigía que escribieran uno de entre diez y quince páginas de extensión. Y a los que querían escribir novela –creo que habría uno o dos–, un capítulo de unas veinte páginas, junto con un esbozo del resto. Lo malo era que el cuento o el capítulo de la novela podían llegar a revisarse hasta diez veces durante el curso semestral, para que Gardner se quedara satisfecho. Tenía por principio básico que el escritor encontraba lo que quería decir en el continuo proceso de ver lo que había dicho. Y a ver de esta forma, o a ver con mayor claridad, se llegaba por medio de la revisión. Creía en la revisión, la revisión interminable; era algo muy serio para él y que consideraba vital para el escritor en cualquier etapa de su desarrollo como tal. Y nunca perdía la paciencia al releer la narración de un alumno, aunque la hubiera visto en cinco encarnaciones anteriores. […] No sé cómo sería Gardner con sus otros alumnos cuando llegaba el momento de entrevistarse con ellos para comentar lo que habían escrito. Supongo que demostraría un considerable interés con todos. Pero yo tenía y sigo teniendo la impresión de que durante aquel período se tomaba mis relatos con mayor seriedad y ponía al leerlos más atención de la que yo tenía derecho a esperar. Yo no estaba en absoluto preparado para el tipo de crítica que recibía de él. Antes de nuestra entrevista había corregido el relato y tachado oraciones, frases o palabras inaceptables, incluso algo de la puntuación; y me daba a entender que aquellas supresiones no eran negociables. En otros casos encerraba las oraciones, frases o palabras entre paréntesis, y ésos eran los puntos por tratar, esos casos sí eran negociables. Y no vacilaba en añadir algo a lo que yo había escrito, una o varias palabras aquí y allá y quizá hasta una frase que aclaraba lo que yo pretendía decir. Hablábamos de las comas que había en mi historia como si nada en el mundo pudiera importar más en aquel momento; y, en efecto, así era.
La prueba del marciano
"Si no tiene tiempo para leer, no tendrá el tiempo o las herramientas necesarias para escribir", advierte Stephen King. No debe haber escritor en este mundo interesado en discutir esa postura. "Nadie escribe igual después de haber leído a Proust, Tolstoi o Faulkner y de haber desmontado sus textos, de la misma manera que nadie filma igual después de haber mirado una y otra vez las películas de Coppola, Visconti o Pasolini", dice Saccomano, y confiesa que a sus alumnos les recomienda un libro de cabecera: Ser escritor, de Abelardo Castillo.
"Yo enseño a leer, no a escribir –afirma el propio Castillo–. A mis talleres no entra nadie que no tenga muy buenas lecturas o una enorme necesidad de tenerlas. Uno de los problemas de los jóvenes es que no tienen una guía para aprender a leer; no saben qué es lo que deben leer. Lo primero que les pregunto a los que quieren inscribirse en mi taller es qué leyeron cuando pasaban de la infancia a la adolescencia, porque entre todo lo que uno lee a los 10 o 12 años, siempre hay algún libro importante. En esa etapa, siempre leíste a Poe o a Mark Twain, incluso sin saber que es uno de los fundadores de la prosa norteamericana y un gran escritor de lengua inglesa. Después, pregunto qué libros eligieron por sí mismos en la adolescencia. En general, aparecen Borges, Cortázar, Bioy Casares o Sabato. Me fijo mucho si leyeron Tolstoi, Chejov, Flaubert. Los que leyeron a Faulkner, y además les gustó, tienen una enorme tendencia literaria. Al final, les hago la prueba del marciano: viene un marciano a la Tierra, tiene que irse en 15 minutos y te pide que le hagas, de apuro, la lista con los quince o veinte libros que son los fundamentos de la literatura en este planeta. Ahí entran desde la Biblia hasta la Divina Comedia, la Odisea o Crítica de la razón pura. Cuando me dan la lista, les pregunto cuáles leyeron y cuáles no. ¿Por qué no los leíste si sabías que eran fundamentales? Si la respuesta que me dan es acertada, entran a mi taller; si no, no. Una respuesta acertada es ‘Porque recién tengo 20 años’ o ‘Porque tengo 35 años pero trabajé todo el tiempo en el mercado de Abasto para mantener a mi familia’. El que contesta ‘Porque empecé leyendo literatura contemporánea y entonces ese lenguaje…’ suele estar equivocado: no hay como leer a Homero para entender que es más contemporáneo que el 70 por ciento de los escritores argentinos actuales."
Además de la necesidad de corregir los textos con la obsesión de un tábano, John Gardner les inculcó a sus discípulos la pasión por la lectura, según relata Carver en el prólogo a Para ser novelista :
En clase [Gardner] siempre hacía referencia a escritores cuyos nombres yo no conocía. O si los conocía, no había leído obras suyas. Conrad, Céline, Katherine Anne Porter, Isaac Babel, Walter van Tilburg Clark, Chejov, Hortense Calisher, Curt Harnack, Robert Penn Warren… (Leímos una historia de Warren llamada "Blackberry Winter" que por la razón que fuera a mí no me gustó, y se lo dije a Gardner. "Pues vuélvela a leer", me dijo, y hablaba en serio). William Gass era otro de los que nombraba. [...] Hablaba de Henry James, Flaubert e Isaac Dinesen como si vivieran un poco más abajo siguiendo la carretera, en Yuba City. "Estoy aquí tanto para enseñaros a escribir como para deciros qué leer", decía. Yo salía de clase aturdido y me iba directamente a la biblioteca a buscar libros de los escritores de que hablaba. Los autores que estaban en boga en aquella época eran Hemingway y Faulkner. Pero en total yo había leído como máximo dos o tres libros suyos. De todos modos, eran tan conocidos y se hablaba tanto de ellos que no podían ser tan buenos, ¿no? Recuerdo que Gardner me dijo: "Lee todo el Faulkner que encuentres y luego lee todo lo de Hemingway para limpiar de Faulkner tu manera de escribir".
Cuando se escucha que el consejo compartido es leer a los más grandes de la Historia de la literatura, la cuestión se complica, porque sus obras generan tal admiración que uno queda perplejo. ¿Será posible aprender en estado de absoluto asombro? ¿No será, acaso, más prudente comenzar a aprender leyendo a los correctos, luego a las buenos, más tarde a los muy buenos y reservar la lectura de los geniales antes para el puro goce que para la pedagogía?
"Los escritores que pueden enseñar las pequeñas técnicas o trampas literarias son escritores menores, no los grandes escritores –responde Castillo–. Nadie puede imitar la técnica de Tolstoi, porque él no la tenía; era sencillamente un hombre genial. ¿Cómo se hace para escribir como Dostoievski? Recuerdo que mi encuentro con la literatura fue El lobo estepario, de Hermann Hesse, y que yo quería escribir un libro como ése. Más aún, quería escribir de nuevo El lobo estepario. Eso ocurre cuando uno empieza a escribir. Después, uno comprende que nadie salvo Tolstoi podrá llegar al nivel de Guerra y paz, pero también descubre que uno puede decir sus cosas."
Liliana Heker descarta que el estado de asombro sea un impedimento para el aprendizaje: "Nunca hay que perder esa alegría de leer, ese sentido de la aventura que implica el hecho de leer para deslumbrarse, la sensación de estar sumergido en un libro y no querer salir de él. Ése es el acto primordial de la lectura y lo mejor es no perder ese estado de inocencia. Pero uno también puede aprender a descubrir de qué está hecho eso que a uno lo ha deslumbrado".
–¿Podría dar un ejemplo concreto?
–Sí, la construcción de los diálogos. En general, los principiantes dialogan mal en literatura. Creen que el diálogo es algo prolijo, en el que alguien expone y el otro contesta. Pero la gente no dialoga así, la gente dice lo que no quiere decir, reitera frases, tiene asociaciones libres, a veces niega con los gestos lo que dice con las palabras. En literatura, los personajes dialogan y la historia ocurre debajo del diálogo.
–¿Qué autor recomienda leer para aprender a escribir diálogos?
–Salinger. Lo deslumbrante de sus textos es que debajo de los diálogos que no son explícitos, uno descubre la complejidad de los personajes. "Un día perfecto para el pez banana" es un excelente ejemplo. Si te explican por qué ese texto es deslumbrante, no sólo vas a seguir deslumbrándote y leyéndolo cien veces sin saber jamás qué le pasa a Seymour Glass sino que también vas a aprender cómo un gesto mínimo puede revelar más sobre un personaje que una larga descripción. "Corte de pelo", de Ring Lardner, deslumbra pero también es útil para aprender a trabajar el tiempo y el lenguaje coloquial en un cuento. Ring Lardner presenta a un peluquero que le cuenta al extraño que llegó al pueblo lo divertido que es todo allí. Lo dice con un lenguaje de peluquero que no tiene ninguna pretensión literaria, pero debajo de su discurso acerca de lo divertido que es el pueblo, uno descubre una historia atroz. Este tipo de observaciones se pueden comunicar en un taller.
Escribir para ganar concursos
El mercado editorial tiene leyes no escritas. Entre otras, la que dice que el talento literario no garantiza la publicación. A los escritores inéditos los concursos se les antojan un camino difícil, pero camino al fin, para llegar a publicar y conseguir cierta notoriedad. ¿A cuántos de los que asisten a los talleres los moverá el puro deseo de escribir buenas historias y a cuántos otros la ambición de ganar un concurso?
–Cuando doy un taller, los editores y los concursos no me interesan porque a mi criterio, eso no es escribir –responde Castillo–. Lo que alguien puede aprender (ya no en un taller sino en los libros que lee y en la vida) es a contar aquello que quiere contar. A traducir en una forma poética, sea una novela, un cuento, un drama o un poema, lo que tiene para decir del mundo o lo que ve del mundo. Eso se puede aprender al lado de un escritor o en los libros que uno lee; y sobre todo, de los propios errores.
–¿Qué opinión le merecen los concursos?
–No me interesan en absoluto. Yo entré a la literatura ganando un concurso con El otro Judas, pero yo no escribía para ganar concursos. Yo escribí mi obra de teatro solo, en mi casa y por la necesidad de escribirla. No creo que el destino de un escritor sea ganar un concurso y ni siquiera editar. Hay grandes escritores para quienes la edición de sus obras es secundaria. Por ejemplo, Emily Dickinson –sin duda, la poeta lírica más grande de Norteamérica, una de las más grandes de su lengua y tal vez una de las más grandes del mundo– creía que editar era algo que no pertenecía a la literatura. Y está el caso de Kafka: si no hubiera sido por Max Brod apenas conoceríamos de él un librito de cien páginas con sus pequeños poemas en prosa, que son obras menores comparadas con El castillo, El proceso o La metamorfosis. Su obra la conocemos porque Max Brod la conservó. Y hay un ejemplo aún más poderoso: Virgilio. Virgilio quería quemar La Eneida porque la consideraba imperfecta. En el ánimo de un escritor de verdad no siempre está la necesidad de publicar o de ser conocido. La necesidad que experimenta un escritor es la de escribir eso que quiere escribir, de darle forma a aquello que conforma su mundo imaginario. Y si lo escrito no está de acuerdo con su mundo imaginario, algunos escritores prefieren renunciar a su obra a que ésta se conozca imperfecta; ése era el sentimiento de Virgilio.
–¿Existen todavía escritores capaces de tamaña renuncia?
–Tal vez estés en presencia de uno de ellos: yo prefiero quemar una obra a mandarla a imprimir imperfecta. He tardado treinta años en escribir una novela. A los que vienen a mi taller trato de explicarles lo que es la literatura en su sentido esencial. Y no acepto a alguien que me plantea que quiere publicar o ganar un concurso. Tu pregunta no es ingenua, porque cada vez que alguien vinculado a mis talleres gana un concurso, como fue el caso de Paola Kaufmann, empiezan a llamar personas que dicen estar interesadas en venir a mi taller pero lo que en verdad quieren es ver si les pasa lo mismo que a esa escritora que ganó ese concurso. Esa gente no me interesa.
Paola Kaufmann, fallecida en 2006, a la edad de 37 años, era bióloga y se empezó a dedicar con ahínco a la literatura a partir de su ingreso en un taller de Abelardo Castillo, en 1995. En 2002, obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Artes por su libro de cuentos El campo de golf del diablo . Un año más tarde, ganó el de Casa de las Américas, por la novela La hermana. Y en 2005, El lago le valió el Premio Planeta de Novela.
Guillermo Saccomano es blanco de una humorada que circula en el ambiente literario: "Si querés ganar el Premio Clarín, anotate en el taller de Saccomano". El chiste viene a cuento de lo ocurrido con dos de sus alumnas: Ángela Pradelli ganó dicho certamen con El lugar del padre, en 2004, y Claudia Piñeiro, en 2005, con Las viudas de los jueves. Saccomano se ríe cuando se le pregunta qué hay de cierto en la broma y señala que antes de obtener el Premio Clarín, ambas habían demostrado su talento literario y que incluso, se habían destacado en otros concursos. De hecho, Piñeiro había sido finalista de "La sonrisa vertical" de Tusquets, en 1991, y del Premio Planeta, en 2003. En cuanto a Pradelli, antes de obtener el galardón de Clarín había publicado dos novelas: Las cosas ocultas y Amigas mías, que recibió el premio Emecé 2002.
Alicia Steimberg escribió con intención literaria desde los 18 años pero recién se atrevió a publicar su primer libro, Músicos y relojeros, a los 38, después de que la obra resultó finalista de los concursos Barral, Barcelona y Monte Ávila, Caracas. ¿Cómo aprendió a escribir durante esos veinte años? "Escribiendo y leyendo, como se ha aprendido desde los comienzos de la narrativa", responde la autora de Aprender a escribir, quien lleva dos décadas dirigiendo talleres, convencida de que "no se puede enseñar a escribir pero sí a que la escritura mejore". Ganadora del Premio Planeta Biblioteca del Sur con Cuando digo Magdalena, finalista en el concurso Barral, Barcelona con La loca 101 y finalista única en "La sonrisa vertical" con Amatista, alienta a sus alumnos a presentarse a los certámenes. "Y les aconsejo no pagar jamás por la publicación de un libro –agrega– porque eso es como comprarse una casita de juguete y decir: ‘Ésta es mi casa propia’’’.
¿Es la literatura un don divino?
A fuerza de escuchar escritores que cuestionan la posibilidad de enseñar a escribir, el sentido común no resiste a la tentación de las preguntas elementales: si se puede enseñar música, escultura, pintura o ballet, ¿por qué no se puede enseñar a escribir?; ¿quién y por qué decidió que aquellas artes admiten una transmisión pedagógica mientras que la literatura es una suerte de don divino que se les concede a unos y se les niega a otros según las veleidades del destino o la genética? Abelardo Castillo ofrece una explicación.
–La diferencia reside en la importancia que tiene la técnica en cada uno de esos casos. Para bailar, necesitás un profundo conocimiento de la técnica y de tu cuerpo. Eso se aprende de un maestro que quizás ya no baila y que tal vez nunca bailó bien, pero que es capaz de enseñarte a poner el cuerpo, a respirar, a moverte. En la pintura, la técnica también es fundamental: tenés que saber mezclar los colores, conocer qué es la perspectiva, manejar nociones de volumen. Alguien te tiene que explicar todo eso. De allí que los talleres o academias de pintura tengan un sentido mucho más preciso y visible que el taller literario, porque en literatura, la técnica pasa a segundo término. No es con técnica como se escribe Guerra y paz. Hay escritores que ni siquiera sabían lo que era la literatura y, sin embargo, han escrito grandes libros.
–Pero es difícil aceptar que la capacidad de imaginar buenas historias y escribirlas bien sea genética. ¿Cómo hicieron aquellos escritores?
–No sé cómo, pero lo hicieron. Benjamin Constant es un buen ejemplo. Era político, no tenía una relación directa con la literatura aunque sí con la cultura. En cierta ocasión, alguien dijo en su presencia que era muy difícil escribir una novela con solamente dos personajes porque resultaría intolerable. "Yo puedo hacerla", lo desafió Constant. Y escribió Adolfo, una obra fundamental de la literatura francesa. Borges era un escritor natural desde los 6 o 7 años. ¿Como aprendió a escribir cuentos? Leyendo los cuentos de los otros. ¿Y por qué no escribió novelas? Porque no pudo; si no, las habría escrito. Tan poca importancia tiene la técnica en la literatura que la técnica de la novela, si es una gran novela, corresponde al novelista que la escribe. No hay una novela arquetípica. Si el Quijote es una novela, el Ulyses, de Joyce, no es una novela. Si Cuarteto de Alejandría , de Lawrence Durrell, es una novela, entonces, las de En busca del tiempo perdido, de Proust, no son novelas. Por lo tanto, ¿qué es una novela? Una novela es un género que inventa cada gran novelista cuando escribe una novela, basándose en su propia intención, en sus propias posibilidades y en su propia técnica ¿Quién le enseñó la técnica de la novela a Joyce? Nadie.
La historia de la literatura le da la razón a Castillo: hay talentos que no precisan de los talleres ni las universidades. A Faulkner, le bastó el antojo de llevar una vida relajada para convertirse en escritor. Sucedió en Nueva Orleáns, mientras ganaba el pan haciendo changas: pintaba casas, timoneaba embarcaciones o piloteaba aviones. Por las tardes, veía a Sherwood Anderson paseándose tranquilamente por las calles. A la noche, se sentaba a beber con él y a escucharlo. Pero la vida matinal de Sherwood era un enigma para Faulkner: por mucho que lo buscara, no conseguía encontrarlo jamás. ¿Dónde estaba Sherwood? Encerrado, trabajando. "Decidí que si ésa era la vida de un escritor, lo mío era convertirme en escritor", contó Faulkner. Dicho y hecho: se encerró y en tres semanas, terminó su primer libro, La paga del soldado. Pensó que su vecino podría echarle una mano para que alguien se interesara en publicarlo. Anderson le propuso un trato irrechazable: "Si no estoy obligado a leer tu manuscrito, le diré a mi editor que lo acepte".
Paul Bowles fue un niño solitario al que en vez de juguetes, le regalaban "cosas constructivas", según dijo. Entre otras, unos bloques de madera que llevan grabadas las letras del abecedario. Con ellos aprendió a leer, a los tres años. Y fue así, con cierto ánimo lúdico y en estado de gracia, como se forjó un destino de escritor. "A los dieciséis, ya escribía poesía surrealista. Leía André Breton, que explicaba cómo hacerlo, y así aprendía a escribir sin ser consciente de lo que estaba haciendo", le dijo a Jeffrey Bailey en la entrevista publicada en Paris Review. "Aprendí cómo lograr que lo que escribía fuera gramaticalmente correcto y que tuviera incluso cierto estilo sin la menor idea de lo que estaba escribiendo –confesó–. Una parte de mi mente escribía y Dios sabe lo que estaba haciendo la otra parte. Supongo que estaba excavando en el subconsciente, dragando limo. No sé cómo funcionan esas cosas, y no quiero saberlo".
En un territorio teñido de subjetividades, la pregunta del millón es quién y con qué criterio decide que alguien es escritor. "Él mismo –responde, sin dudarlo, Abelardo Castillo–. En algún momento de su vida, siente que es escritor. Yo sentí que era escritor la primera vez que me compré una libretita y anoté palabras." Lo dice y enseguida, vuelve sobre sus pasos: "La verdad es que la primera vez que me sentí escritor fue en una Feria del Libro, cuando ya tenía más de cincuenta años y ya había escrito mis obras más conocidas, incluso El que tiene sed, que para algunos es mi mejor novela".
–¿Qué sucedió en aquella Feria del Libro que lo hizo sentirse escritor?
–Lo recuerdo muy bien. En el stand de Galerna, veo a un chico que está robando un libro. Yo me pongo a hablar con Levín [N de la R: Hugo Levín, dueño del grupo Galerna] para distraerlo a fin de que el chico robe tranquilo. Lo que robó fue un libro mío. Entonces, me sentí escritor. Te sentís escritor vos mismo, por una decisión tuya en cualquier momento. De pronto has tenido un gran amor, se te ha ido o te has ido, estás deshecho del dolor y de repente, pensás: "¡Qué historia es ésta! Me parece que está para escribirla". En ese momento, decís: soy escritor. No soy un enamorado, porque el enamorado se mata o sale corriendo a buscar a la persona amada. El tipo que al perder un gran amor piensa "Qué tema para un cuento o para una novela", ése es un escritor.
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1074237
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