viernes, 26 de marzo de 2010

LA NOVELA LUMINOSA - por Mario Levrero (Fragmento del prólogo)



Sábado 5, 03:13

Aquí comienzo este "Diario de la Beca". Hace meses que intento hacer algo por el estilo pero me he evadido sistemáticamente. El objetivo es poner en marcha la escitura, no importa con qué asunto, y mantener una continuidad hasta crearme el hábito. Tengo que asociar la computadora con la escritura. El programa más utilizado deberá ser el Word. Eso implica desarticular una serie de hábitos cibernéticos en los que estoy sumergido desde hace cinco años, pero no debo pensar en desarticular nada, sino en articular esto. Todos los días, todos los días, aunque sea una línea para decir que hoy no tengo ganas de escribir, o que no tengo tiempo, o dar cualquier excusa. Pero todos los días.
Seguramente no lo haré. Eso, me lo dice la experiencia. Sin embargo tengo la esperanza de que esta vez será distinto, porque está de por medio la beca. Ya recibí la primera mitad del total, con lo que podré mantenerme hasta fin de año en un ocio razonable. Apenas tuve la confirmación de que este año sí recibiría la beca, comencé a deshacerme hasta cierto punto de mi agenda de trabajo, quitando algunas cosas y esparciendo otras, de modo de tener comprometidos pocos días al mes. El ocio sí que lleva tiempo. No se puede obtener así como así, de un momento a otro, por simple ausencia de quehacer. Por ahora tiendo a llenar todos los huecos, a ocupar todas las horas libres con alguna actividad estúpida e inconducente porque, casi sin darme cuenta, yo también, como esa gente que siempre he despreciado, me he ido creando un fuerte temor a mi mismidad, a estar a solas sin ocupación, a los fantasmas que desde el sótano empujan siempre la puerta-trampa buscando asomarse y darme un susto.
Una de las primeras cosas que hice con esta primera mitad del dinero de la beca fue comprarme un par de sillones. En mi apartamento no había la menor posibilidad de sentarse a descansar; hace años que organizo mi casa como una oficina. Escritorios, mesas, sillas incómodas, todo en función del trabajo -o juego con la computadora, que es una forma de trabajo.
Hice venir al electricista y cambié de lugar los enchufes de la computadora, para poder trasladarla fuera de mi vista, fuera del centro del apartamento; ahora la estoy usando en una piecita próxima al dormitorio, y en el lugar central, que ocupaba la computadora, ahora hay un sillón extraño, de muy lindo color celeste-grisáceo, muy mullido. Uno se afloja, no puede menos que aflojarse, y en seguida, si tiene déficit de sueño, uno se duerme y sueña. Pero también estuve evadiendo este sillón. El otro sillón, ni siquiera lo usé una sola vez; sólo me senté en él para probarlo. Es de un tipo que llaman bergère , con respaldo alto y bastante duro, ideal para leer. En realidad pesaba comprar uno solo, pero cuando en la mueblería empecé a probar estos dos, y pasaba una y otra vez de uno a otro, me di cuenta de que no me era fácil elegir. Uno era ideal para leer; el otro era ideal para descansar, para aflojarse. En este no se puede leer; resulta incómodo y la espalda queda torcida y dolorida. En el otro no se puede descansar bien; el respaldo duro ayuda a mantenerse erguido y atento; es ideal para la lectura. Hasta ahora, y desde hace muchos años, venía leyendo sólo durante las comidas, o en la cama, o en el cuarto de baño. Bueno, también a este sillón lo estoy eludiendo. Pero ya le llegará su momento, como le ha llegado su momento a este diario.
Hoy pude comenzarlo gracias a mi amiga Paty. Hace un tiempo le había hecho conocer a Rosa Chacel, a quien descubrí por casualidad en una liquidación de libros usados. Memorias de Leticia Valle me pareció una novela extraordinaria, y la hice circular entre mis amigas brujas, porque no me quedó la menor duda de que doña Rosa era una auténtica bruja, en el buen sentido de la palabra. Una de mis amigas brujas es Paty, y por supuesto quedó encantada con el libro. Como retribución, hace unos días me dejó en la portería del edificio un libro de Rosa Chacel que yo no conocía, Alcancía, Ida. Es la primera parte de un diario íntimo (si así se le puede llamar, porque doña Rosa Chacel no devela mucho de su intimidad) cuya segunda parte se llama Alcancía. Vuelta. Paty me informó por medio de un mail, que me hacía llegar este libro porque me iba a ayudar con la beca, ya que a doña Rosa también le tocó en su momento la beca Guggenheim, y los vaivenes de este tema están relatados en el diario. Efectivamente, aun antes de llegar al tema de la beca, que está por la mitad del libro (y me falta todavía poco menos de la otra mitad) noté que ese diario me inspiraba, me hacía venir ganas de escribir.


Me maravilla la cantidad de coincidencias que hay entre doña Rosa y yo. Percepciones, sentires, ideas, fobias, malestares muy parecidos. Debió de ser una vieja insoportable. En la contratapa, el libro trae una foto suya; se parece notablemente a Adalgissa (nunca supe cómo se escribe este nombre; creo que tiene una hache por algún lado. Tal vez: Adalghissa), a quien llamábamos, cuando yo era pequeño, "la tía gorda". En realidad era mi tía abuela, hermana de mi abuelo materno. Pero la diferencia de Rosa y la tía gorda está en la mirada; aunque parcialmente disimulada por unos anteojos redondos, y con los párpados no del todo abiertos, se nota en ellos, sin embargo, la poderosa inteligencia del cerebro que los anima. La tía gorda, en cambio, no era inteligente.